Una casona testimonial

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Luis Riveros

Eran días tranquilos aquellos de décadas anteriores en un barrio de clase media en el entorno de calle San Pablo. La vieja casona se mantenía erguida tras varias décadas, cobijando a una familia completa, y ubicada en el entorno de varias otras familias y negocios que en la calle Bulnes y San Pablo marcaban de vecindario apacible y dinámico. Eran días en que se transitaba sin ningún tipo de inconveniente a toda hora del día y también de la noche, a pesar de la oscuridad determinada por sistemas de iluminación pública aún deficientes, pero que cumplían plenamente su labor. El viaje caminando desde allí al viejo Liceo Amunátegui, por ejemplo, en la esquina de Agustinas y Esperanza, trascurría como una práctica monótona pero siempre segura. La vieja casona requirió de algunos arreglos después del terremoto de 1985, cuando sus pesadas cornisas de principios de siglo se vinieron abajo por el fuerte remezón. Pero todo seguía tranquilo: un vecindario emprendedor y de familias de trabajo, que también había empezado a llenarse de nuevos emprendimientos comerciales surgidos por lo apacible del barrio y el seguro entorno en que se desenvolvían.


Todo ha cambiado para mal en los días presentes. La vieja casona hoy añora su apacible pasado, y vive dentro de un cambio perjudicial ocurrido en el viejo barrio. El narcotráfico ha empezado a dominar el entorno de esas cuadras, donde ya no pueden vivir familias normales de clase media. Se vive en medio de violencia, de disputas territoriales y del accionar de grupos que disparan armas de fuego como una manera de hacer notar su predominio. Son las mismas bandas que cobran un peaje de seguridad a los comerciantes del sector y que amenazan con violencia física a quien pretenda ocupar las viejas casas para desarrollar allí su vida familiar. La vieja casona, otrora albergue de sueños y esperanzas, hoy día contempla un espacio colmado de violencia, amenazas y riesgo inevitable para la vida. La acción de la policía es insuficiente y su accionar ya ni siquiera intranquiliza al mundo delictual del sector, que sigue ejerciendo su nefasta acción depredadora de la vida de barrio y de la tranquilidad de las personas. Seguridad Ciudadana solamente toma nota de los denuncios, como cuando la puerta principal de la vieja casona fue descerrajada por delincuentes que ingresaron a robar todas las cañerías de cobre existentes en baños y cocina. Indefensión e inseguridad marcan hoy día la vida de ese sector de Santiago que, como seguramente muchos otros, muestran la decadencia inducida por la inmigración ilegal y el fomento al delito que de una manera u otra propicia la política pública.


El caso de la calle Bulnes es demostrativo de varias cosas que hoy día marcan la decadencia de la ciudad de Santiago, con el significativo aumento del delito y la violencia. Todo parece indetenible sobre la base de discursos que han favorecido a delincuentes e inmigrantes ilegales y que diariamente ponen en riesgo la vida de familias normales que sólo esperan una oportunidad para poder vivir decentemente, sin tener que rendir su temor frente al reinante ambiente de delito. Es seguramente el caso de muchos otros barrios en la ciudad, rendidos ante el temor y el mal vivir, sin que la política pública pueda ejercer acción efectiva para combatir el crimen y devuelva efectivamente el derecho a vivir en paz. Hasta el Liceo Amunátegui, otrora emblemática institución pública, hoy día sufre le vergüenza de haber sido incendiado por grupos terroristas disfrazados de estudiantes. Hay un gran decaimiento en una otrora señera comuna: lo prueba la tierra de nadie de Estación Central y alrededores, el decaimiento del centro de Santiago inundado de delincuentes y prostitutas, el peligro diario en las calles producto de carteristas, motochorros y asaltantes. Como en el caso de la vieja casona de calle Bulnes, toda ha cambiado para peor, albergando la vergüenza de una ciudad incapaz de mantener vigente la protección debida a los ciudadanos y la persecución que merecen los delincuentes.


Es cierto: todo tiene que cambiar. Pero no es cierto que todo tenga que decaer en manos de la maldad y el descuido de la política pública y de la seguridad que merece la ciudadanía. El ejemplo de la vieja casona de calle Bulnes es ilustrativo de lo que están sufriendo a diario miles de familias que, encerradas en sus casas, temen intentar siquiera llevar a cabo una vida normal, como lo hicieron sus padres y abuelos. La vieja casona es un testimonio de la pérdida que se ha inducido con discursos y políticas alejados de la realidad de la gente, y destinados a proteger al delincuente en desmedro de una clase media victimizada.


Prof. Luis A. Riveros

Universidad Central

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