Uno de los debates más intensos en la política económica chilena a fines del siglo XIX se daba entre los “oreros” y los “papeleros”. Los primeros defendían la opción de anclar el valor del peso chileno al precio del oro, lo cual le daba estabilidad al valor de la moneda, pero a costa de perder la autonomía de la política monetaria, lo que impedía aminorar el impacto de los shocks externos sobre la economía. Los papeleros, en cambio, defendían la posibilidad de los gobiernos de controlar la oferta monetaria, imprimiendo dinero en papel.
Los oreros argumentaban que esta posibilidad llevaría inevitablemente a un exceso de oferta de dinero y a una pérdida del valor de la moneda chilena, es decir, inflación. Para los papeleros, la inflación no era necesariamente una mala noticia, ya que esta reducía el costo de las hipotecas, en un tiempo donde los créditos se fijaban en términos nominales, ya que faltaban aún varias décadas para la creación de la UF. No es casualidad, entonces, que entre los propietarios agrícolas que tenían mayor acceso a tales créditos, predominaran los papeleros.
Lo cual nos lleva a la discusión de si existen ganadores con el alza de la inflación que hemos observado en los últimos meses. La primera observación es que, si una familia tiene activos protegidos contra la inflación y pasivos en términos nominales, la inflación efectivamente lleva a un aumento de su riqueza, tal como en el caso de los hacendados papeleros. Sin embargo, en una economía donde los créditos de largo plazo se fijan en UF, para la gran mayoría de las familias es probable que la situación sea precisamente la opuesta: activos no protegidos contra la inflación, como el efectivo y saldos en cuentas corrientes, y pasivos indexados.
El segundo caso de “ganadores” de la inflación, puede darse para aquellos con ingresos asociados a bienes cuyos precios están creciendo más rápido que la inflación y cuyos costos, en cambio, están ligados a bienes cuyos precios van a un ritmo más lento. No obstante, tal escenario es sumamente difícil de prever y difícil de identificar (una de las características de los procesos inflacionarios es la dificultad para determinar los cambios en los precios relativos) y, por otra parte, los costos macro de la inflación (incertidumbre y menos crecimiento), probablemente terminen en el largo plazo superando eventuales beneficios transitorios por diferencias de precios entre insumos y bienes finales.
Es por ello que nuestros debates actuales en política económica son distintos a los de la época de oreros y papeleros: hoy existe consenso de que la inflación es un problema grave. Por otra parte, la autonomía de los Bancos Centrales ha permitido compatibilizar los objetivos que perseguían tanto oreros como papeleros, mantener el control de la política monetaria sin que ello se transforme en una inflación permanente, ya que se evita la tentación de “imprimir papel” por parte del gobierno de turno. Es también tal autonomía la que permite que hoy, pese a las alzas observadas en el último año y medio, las expectativas de mercado apunten a que la inflación volverá a las metas del Banco Central.
Gonzalo Islas
Decano Facultad de Ingeniería y Negocios Universidad de Las Américas