​Temores Ante Una Crisis con Consecuencias Desconocidas

|

Juan David Quijano (Columnista)


Desde hace varios meses, casi todos los medios de comunicación y las redes sociales han dado una gran cobertura respecto de los efectos del coronavirus, tanto sobre la salud de las personas, como de las consecuencias desastrosas que esto está teniendo sobre la economía, la inversión y el desempleo, con estadísticas aterradoras del número creciente de contagiados y fallecidos y de la baja en la inversión y la actividad económica en general.

El confinamiento también ha sido para muchos una experiencia traumática; el quiebre abrupto de la rutina y la interrupción de las relaciones con familiares, amigos y seres queridos, se ha transformado en una carga difícil de llevar.

La posibilidad de perder el empleo, el riesgo de contagio y la incertidumbre en torno a esta enfermedad, genera miedo y ansiedad, aumentando la sensación de vulnerabilidad.

Pero, el miedo quizás sea una de las emociones más comunes e intensas que los seres humanos podemos experimentar. Probablemente no existen personas que no hayan experimentado el miedo alguna vez, esa sensación de angustia y fragilidad que puede incluso paralizar nuestras vidas e impedirnos avanzar.

El coronavirus ha dejado de manifiesto nuestra debilidad y ha sido capaz de poner en pausa al mundo entero, sometiendo a jóvenes y viejos, ricos y pobres, fuertes y débiles, arrebatando a muchos sus anhelos y esperanzas, en especial a quienes han perdido a seres amados o han visto derrumbarse sueños y años de esfuerzo, sacrificio y dedicación.

Este enemigo invisible, ha sido capaz de colapsar los servicios de salud y devastar economías, sorprendiendo a todo el mundo.

Pero, aunque el coronavirus haya tomado por sorpresa al mundo entero, no a Dios. No hay caos en el cielo, ni miedo ni angustia ni temor, por esto en medio de estas circunstancias, el capítulo 8 del libro de Romanos nos hace una pregunta: “¿Quién nos separará del amor de Cristo? ¿Tribulación, o angustia, o persecución, o hambre, o desnudez, o peligro, o espada?”, y dos versículos más abajo nos da la respuesta y dice: “Antes, en todas estas cosas somos más que vencedores por medio de aquel que nos amó” (esto es Jesús).

Luego el Apóstol Pablo nos da una esperanza que es también una certeza para quienes han depositado en Dios su confianza y dice: Por lo cual estoy seguro de que ni la muerte, ni la vida, ni ángeles, ni principados, ni potestades, ni lo presente, ni lo por venir, ni lo alto, ni lo profundo, ni ninguna otra cosa creada nos podrá separar del amor de Dios, que es en Cristo Jesús Señor nuestro”.

Parafraseando, yo también diría: “ni el coronavirus, ni el desempleo, ni el miedo, ni la ansiedad, ni ninguna otra cosa creada, nos podrá separar del amor de Dios”.

Por eso aferrémonos a Dios y confiemos en su palabra, y como les comenté en mi columna anterior, no olvidemos lo que dice el Salmo 34: “Busqué a Jehová, y él me oyó, y me libró de todos mis temores”.

Por eso, una vez más les insto a poner toda su confianza en el Señor y entregarle sus corazones por medio de una simple pero sincera oración.


Juan David Quijano

europapress