La ética y la revolución industrial 4.0

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Alfredo barriga (columnista)

La Asamblea General de la Pontificia Academia por la Vida, mantenida los días 25 y 26 de febrero de este año fue sobre el tema “Robo-ética: humanos, máquinas y salud”. Para la apertura de la reunión, el Papa Francisco presentó una carta “a la Comunidad Humana”, donde describe la paradoja del progreso y advierte contra el desarrollo de tecnologías sin pensar primero en los posibles costos para la sociedad.

El Papa subraya la necesidad de estudiar nuevas tecnologías: tecnologías de la comunicación, nanotecnologías, biotecnologías y robótica. Pero indica: "hay una necesidad apremiante… de entender estos cambios de época y nuevas fronteras para determinar cómo ponerlos al servicio de la persona, mientras se respeta y promueve la dignidad intrínseca de todos".

No es sorprendente que la primera incursión de la Iglesia católica alrededor del uso de las tecnologías que hay detrás de la cuarta revolución industrial sea sobre los límites éticos que se pueden traspasar. La edición genética y reparación exitosa de un embrión para inmunizar contra el VIH puso a la humanidad ante la realidad de hasta dónde pueden llegar estas tecnologías. Las posibilidades ciertas de que robots, algoritmos y sistemas autónomos se vean ante situaciones con una alta componente ética es también una muy buena razón para promover la discusión y fijar parámetros que – es de esperar – no se traspasen.

La última vez que la humanidad se enfrentó a las desviaciones que podía tener el mal uso de una tecnología fue con la energía nuclear. Pero en ese caso era obvio para todos que su uso indiscriminado acabaría con la humanidad. El simple instinto de supervivencia de la especie fue suficiente para no hacer estupideces. No está tan claro ahora.

Ese es el vaso medio vacío. Pero está también el vaso medio lleno, uno que también la Iglesia debería discutir e iluminar.

La cuarta revolución industrial pone al alcance de la humanidad, por primera vez en su historia, la posibilidad de realizar el ideal de sociedad que preconizaban los filósofos griegos: dedicar el tiempo al desarrollo de las potencias superiores del ser humano. Lo creativo, lo espiritual, la innovación.

También por primera vez en la historia de la economía, el factor productivo más importante es intangible y totalmente “humano”: el talento. Las empresas que más valen en el mercado no se fundaron sobre un gran capital financiero o industrial, sino sobre el talento y la innovación, que son intrínsecamente humanas.

Tanto la sociedad como la economía tienen ante sí la posibilidad de ser más humanizadas, con lo mejor de nuestra especie. Pero corremos el peligro de hacer todo lo contrario, y acabar destruyéndonos. No por una bomba atómica, sino por el quiebre de la sociedad. Esperemos en Dios que sea lo primero, pero depende también de nosotros.


Alfredo Barriga Cifuentes

Ex Secretario Ejecutivo de Desarrollo Digital

Profesor UDP

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