MADRID, 10 Dic. (EUROPA PRESS) - El Nobel de la Paz que este miércoles ha recibido María Corina Machado es un nuevo respaldo internacional a la oposición venezolana, en un momento de los más tensos que se recuerdan en los últimos años, con el presidente Nicolás Maduro cada vez más aislado y haciendo frente a las amenazas de Donald Trump.
Machado ha hecho partícipe del premio a esa parte de la sociedad venezolana que lucha por eso que el comité del Nobel definió como una "transición justa y pacífica de la dictadura a la democracia" y que contrasta con la ausencia de crítica de ese sector de la oposición en el exilio hacia una eventual intervención estadounidense.
El galardón noruego ha sido siempre una herramienta política de primer orden, incluso desde sus primeras ediciones, y sirve a Machado ahora no solo para mantener más viva que nunca la causa contra Nicolás Maduro, sino también para legitimarla como principal figura de una oposición muy diversa.
Una oposición fragmentada entre aquella que cree posible echar a Maduro mediante el juego de las elecciones, marcado por las reglas de unas autoridades electorales cuestionadas internacionalmente, aún más tras las presidenciales de julio de 2024, como el caso de Enrique Capriles; o el bloque encabezado por Machado y otros líderes en el exilio como Edmundo González, Leopoldo López y Antonio Ledezma.
A diferencia de todos ellos, Machado ha preferido permanecer en Venezuela en una clandestinidad que ha llenado de incertidumbre su llegada a la ceremonia de entrega del premio, que finalmente ha recibo en su nombre su hija Ana Corina, que al igual que sus hermanos residen fuera del país por motivos de seguridad.
La gran carga simbólica y política del premio --Noruega suele actuar como un reputado mediador en conflictos internacionales-- de algún modo protege a Machado de las campañas de descrédito relacionadas con su apoyo a las revueltas violentas de años atrás, pero también físicamente.
EL SÍMBOLO POLÍTICO DE LA OPOSICIÓN
Ingeniera de profesión, comenzó su carrera política en la década de los 2000, siendo uno de los fundadores de la organización Súmate --antesala de su plataforma Vente Venezuela--, situándose en pocos años bajo la lupa del entonces gobierno del presidente Hugo Chávez, con quien mantuvo algún que otro encontronazo dialéctico.
En 2014 perdió su escaño como diputada después de aceptar participar como representante alterna de Panamá en una sesión de la Organización de Estados Americanos (OEA) y desde entonces estuvo pasando más o menos desapercibida, pero siempre negándose a una salida negociada y pidiendo el boicot electoral.
Sin embargo, después del estrepitoso fracaso del experimento de Juan Guaidó y las propuestas de una salida de Maduro por la fuerza, rebajó su discurso y se postuló como la mejor situada para presentar batalla en las elecciones de 2024, aunque no puedo hacerlo tras ser habilitado nuevamente.
Una estrategia mil veces usada ya por el Gobierno venezolano para terminar con las aspiraciones políticas de la oposición, que ha acabado ejerciendo desde Miami y Madrid. Machado entregó al discreto Edmundo González todo su capital político para unas elecciones, donde la victoria ha sido reclamada por ambas partes.
¿Y AHORA QUÉ?
Esa "transición pacífica de la dictadura a la democracia" de la que hablaba el comité del Nobel para justificar el reconocimiento a Machado se antoja un juego de muchas voces en una Venezuela en la que también existe un relevante apoyo al chavismo, que controla la totalidad del aparato estatal y militar.
Aún bajo la premisa de que la oposición cuente con la mayoría del apoyo popular, quienes aspiren a liderar una nueva Venezuela sin Maduro deberán negociar con esos sectores --como las Fuerzas Armadas-- que de alguna forma han mantenido a flote a un gobierno que no solo ha tenido que hacer frente a un desgaste interno cada vez mayor, sino también a la injerencia extranjera y amenazas de Estados Unidos y las críticas de tradicionales socios internacionales estos años como Colombia o Brasil.
Esa nueva Venezuela a la que aspira la oposición tiene por delante el desafío de reformar unas instituciones que quieren libres de cualquier resquicio chavismo, pero al mismo tiempo deberían plantear al menos un proyecto de reconciliación en el que habrá que tener en cuenta la voz de todos, incluidas esas amplias capas de la sociedad que históricamente han apoyado a los gobiernos anteriores.
El modelo productivo y de desarrollo económico, las relaciones internacionales, la protección o la liberalización de la explotación de los ricos recursos naturales de los que dispone el país, el regreso de la diáspora, o la reforma del sistema electoral, son varios de los desafíos que tiene ante sí la oposición.