Sr. Director:
En Chile se observa un aumento preocupante en la. Este fenómeno, advertido por SENDA y el Ministerio de Salud, refleja una convergencia de factores sociales, económicos y sanitarios: precariedad laboral, desigualdad, incertidumbre académica y sobreexposición al estrés digital. Todo ello ha intensificado cuadros de ansiedad y depresión no diagnosticados, promoviendo la automedicación como vía de alivio inmediato.
La amplia disponibilidad de fármacos en hogares y redes informales —ferias libres, redes sociales o aplicaciones de mensajería—, junto a un débil control farmacéutico, facilita el acceso a benzodiacepinas y otros psicotrópicos. A esto se suma la normalización cultural del uso de sustancias para rendir más, dormir mejor o sobrellevar crisis emocionales, sin considerar sus consecuencias neurocognitivas.
El consumo temprano de alcohol, marihuana o inductores del sueño afecta el desarrollo cerebral, la regulación emocional y las funciones ejecutivas, aumentando el riesgo de dependencia, deserción universitaria y deterioro psicosocial. No es solo un problema farmacológico: es el síntoma de una sociedad que medicaliza el malestar en lugar de abordarlo. Esta crisis silenciosa exige políticas intersectoriales que prevengan el uso no médico de psicofármacos y fortalezcan el acceso a apoyo psicológico, priorizando la salud mental como pilar del bienestar juvenil y social en la era postpandemia.
Eduardo Sandoval-Obando
Psicólogo
Investigador Instituto Iberoamericano de Desarrollo Sostenible (IIDS) Universidad Autónoma de Chile