Argentina ha vivido un período severamente difícil bajo la administración Kichnerista. Las políticas adoptadas llevaron al país a una severa contracción durante los años 2023 y 2024, acompañada de una inflación anual que no se veía desde hace décadas: 94.8% en 2022, 211.4% en 2023 y 117.8% en 2024. En paralelo, la inversión declinó fuertemente especialmente en 2023-24 debido a la incertidumbre económica, mientras que los salarios marchaban a la zaga de la inflación, acompañado ello, además, por una situación de desempleo que no se lograba disfrazar totalmente bajo el manto protector del empleo público nacional y provincial. Y por eso también la pobreza aumentó significativamente llevando a tasas de dos dígitos absolutamente incompatibles con la realidad de un país rico como Argentina lo fuera otrora. El déficit público se hacía creciente bajo la presión de un gasto incontrolable, poniendo severa presión sobre el nivel de precios, pero aún así desatendiendo los requerimientos asociados a las crecientes demandas del sector social. Como se ha escrito anteriormente, le correspondió a Argentina este “tango triste” que es casi un caso de pizarrón acerca de una mala gestión de gobierno en materia económica y financiera, rodeada de discursos fuera de la realidad diaria de miles de ciudadanos.
Por eso, la elección de Milei no fue algo que sorprendiera, puesto que su discurso reflejaba la profunda desilusión del pueblo argentino, junto con el sufrimiento derivado de una creciente pobreza y la frustración de una clase media que vivía bajo un permanente panorama amenazante. Milei asumió esos sentimientos y fue capaz de ponerlos bajo un diagnóstico común: mucho estado y poca voluntad de llevar a cabo una gestión que ordenara el gasto, reorientara políticas hacia el rol del mercado y redefiniera el papel de gasto social no como un sistema de ayudas otorgadas en forma arbitraria, sino que ponerlo efectivamente al servicio de la ciudadanía, especialmente del sector más desventajado. Y no ocultó sus propósitos, como a menudo hacen muchos líderes conductores de una oposición a las dañinas políticas prevalecientes: simbolizó en una motosierra el fundamento de su idea de gobernar. Por ello postuló lo esencial de reducir el gasto, disminuir empleo público y focalizar los recursos públicos en prioridades estratégicas verdaderas. Un discurso convincente para una ciudadanía que le respaldo y abrió la posibilidad de reformas que eran urgentes para poder restaurar las bases de una normalización económica.
Las medidas de gobierno han sido drásticas: junto al cierre de algunos ministerios y el consecuente descenso en el empleo público se congelaron las pensiones y se terminó con el derroche de recursos para subsidiar sectores tan sensibles como las universidades. Con eso, el déficit público para este año refleja un equilibrio fiscal, con una inflación en descenso de alrededor de 30% y una tasa esperada de alrededor de 18% para el 2026. La inversión se recupera y la producción agregada se expande en 5.0%, mientras que la manufacturera lo hace en más de 6.0%. Hay por cierto sectores que viven difíciles con todo esto, como es el caso de los pensionados. Pero lo cierto es que se vive una recuperación que envuelve mucho dolor, pero que es al menos tan intenso como aquel causado por los excesos que llevaron al país a una situación de verdadera debacle.
El reciente resultado electoral no debe sorprender, a pesar de que muchos esperaban una derrota del gobierno basados en que sus opositores aludían sólo al lado del sufrimiento que conllevan las reformas. Pero la memoria histórica de Argentina es que no existen logros sin sacrificio, y que gobiernos que actúan bajo inspiración populista no hacen ningún favor al futuro del país. Lo que se espera es que la situación económica mejore en sus bases y Argentina vuelva a ser el gran país que lo fue hace algunas décadas: un país próspero, exitoso y un verdadero modelo para el continente.
Prof. Luis A. Riveros
Universidad Central