Sr. Director,
La creciente preocupación por la selección de materiales audiovisuales en las salas de clases, junto con el desafío que implica la autonomía de los establecimientos educacionales, nos invita a padres y docentes a reflexionar sobre la relación entre arte, educación y responsabilidad. En un contexto donde los contenidos se comparten y consumen a diario en redes y aulas, es urgente revisar cómo se gestionan y median esas experiencias.
El arte tiene derecho a provocar y cuestionar, pero cuando se usa con fines pedagógicos, esa libertad debe acompañarse de criterio y sensibilidad. Mostrar materiales de alta carga simbólica a un público infantil no es ejercer libertad, sino eludir discernimiento.
La responsabilidad del educador comienza en la selección del contenido: hay obras que, por su tono o densidad emocional, no son asimilables para un niño, no por censura, sino por madurez. La prudencia pedagógica consiste en discernir qué temas corresponden a cada edad y no delegar esa decisión en la moda o el algoritmo.
Hoy las pantallas son el nuevo maestro silencioso. Educar en la era de la imagen exige enseñar a ver, y enseñar a ver requiere tiempo, criterio y amor por la verdad. La verdadera educación no consiste en mostrar más imágenes, sino en formar miradas capaces de pensar lo que ven.
María José Domínguez,
Directora ejecutiva,
Plataforma Libbre – Faro UDD