Cada octubre, cuando conmemoramos el Mes del Adulto Mayor, solemos hablar de respeto, inclusión y sabiduría. Pero hay un tema que, pese a ser vital en el sentido más literal de la palabra, muchas veces dejamos de lado: el corazón. Ese motor silencioso que, con los años, también necesita atención, cuidado y ternura.
Según el Instituto Nacional de Estadísticas (INE), en 2022 la población de personas mayores de 60 años alcanzó el 18,1% del total nacional, una cifra que se proyecta crecerá hasta al 32,1% para 2050. Este cambio demográfico no solo plantea desafíos sociales y económicos, sino también sanitarios, especialmente en lo que respecta a la salud cardiovascular.
A partir de los 60 años, el corazón y el sistema circulatorio comienzan a experimentar transformaciones naturales: las arterias se vuelven más rígidas, las válvulas pierden flexibilidad y el ritmo cardíaco puede disminuir. No se trata de fallas, sino de adaptaciones de un órgano que ha trabajado sin descanso durante toda una vida.
El problema surge cuando el paso del tiempo se combina con malos hábitos o descuidos: hipertensión, colesterol alto, tabaquismo, obesidad, diabetes o sedentarismo. Es ahí donde la biología se cruza con la cultura, y donde la salud deja de ser solo un asunto médico para convertirse en una responsabilidad colectiva. ¿Estamos realmente acompañando el envejecimiento con los cuidados y recursos necesarios?
El envejecimiento no tiene por qué traducirse en enfermedad. Nunca es tarde para cuidar el corazón: caminar media hora al día, dejar de fumar, controlar la presión, mantener un peso saludable y acudir a chequeos preventivos pueden marcar una enorme diferencia. Pequeñas decisiones cotidianas se transforman en grandes gestos de amor propio.
En el Mes del Adulto Mayor, más allá de los homenajes, deberíamos comprometernos como sociedad a acompañar esta etapa con empatía y prevención. Cuidar el corazón no solo es una tarea individual, sino una forma colectiva de honrar la vida, la experiencia y el tiempo de quienes nos precedieron.
Porque envejecer con salud tiene que ser una responsabilidad compartida, sentida en el pecho de todos y de cada cual. Y para que esta responsabilidad compartida se haga realidad, es urgente avanzar en la educación y la práctica de hábitos y estilos de vida saludables, por un lado; y, por el otro, en políticas públicas más potentes que den cuenta del rápido envejecimiento de nuestra población, fortaleciendo la atención preventiva, la promoción de hábitos saludables, el acceso a controles médicos oportunos y a espacios seguros donde hacer actividad física.