​¿Cómo reaccionar ante las nuevas crisis mundiales? nuevas cepas y riesgos para el mundo

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Aunque Brasil fue el primero en registrar casos de Ómicron y, hasta el momento, la variante no ha sido identificada en ningún otro país latinoamericano, las cepas Delta del coronavirus es la más extendida en América Latina hasta la fecha. Por ejemplo, en Perú representa un 96,2% del total y en Colombia se ubica levemente por debajo del 90%, lo que deja entrever la naturaleza inevitable de expansión de las diferentes cepas, por lo que cada vez es más relevante que los gobiernos entiendan cuáles son las mejores herramientas y decisiones frente a los acontecimientos venideros.

En ese sentido, y pese a que Bloomberg posicionó a Chile como el país más seguro para enfrentar la variante Ómicron en su ranking de Resiliencia al Covid, el Dr. Mauricio Canals de la Universidad de Chile, advierte que “hay que tener precaución con las proyecciones, vacaciones influyen (...) La variante Ómicron es un factor importante. En 2022 comenzamos con un mejor pie, pero si hay una curva similar a la de 2021, deberíamos esperar un alto número de casos en los próximos meses”.

En la última edición de la Conferencia de Estudios Económicos del Fondo Latinoamericano de Reservas (FLAR), Markus Brunnermeier, autor del libro “La sociedad resiliente” -escogido por el Financial Times como uno de los mejores de 2021- señaló que poner en práctica la resiliencia serviría para preparar bien a las sociedades ante lo que venga. “Se trata de aprender a recuperarse rápido”, explicó.

Tras la emergencia desatada por la pandemia, la pregunta que busca responder el economista alemán es ¿qué se puede hacer para reaccionar adecuadamente a choques inevitables y severos, que seguramente volverán a ocurrir? A raíz del COVID-19, nos estamos viendo sometidos a cambios constantes, las diferentes cepas no dejan de ser una preocupación para los gobiernos, empresas y habitantes del común, afectando y dejando en incertidumbre sobre lo que pasará.


Mirar hacia adelante

Plantear la reflexión es clave a medida que el mundo trata de recobrar la normalidad perdida. El proceso ha sido desigual –como la propia distribución de las vacunas- y no está exento de angustias.

Lo importante ahora es aprender las lecciones que dejó una circunstancia catastrófica, la cual afectó no solo la salud de cientos de millones de personas, sino la cotidianidad en los cinco continentes.

El abanico de posibilidades es amplio y comienza con el calentamiento global, pues el aumento de la temperatura promedio del planeta ya es una realidad ante la cual adaptarse no es una opción, sino una obligación. Sin desconocer que la humanidad debería hacer lo que esté a su alcance para desactivar la amenaza, lo importante es poder ajustarse a tiempo y no cuando sea demasiado tarde.

Esa misma advertencia se extiende a otros terrenos que van desde la pérdida de efectividad de los antibióticos, hasta ciberataques que hagan colapsar las telecomunicaciones, pasando por las tensiones geopolíticas conocidas, las cuales podrían derivar en conflictos de marca mayor. De no haber planes de contingencia o alternativas examinadas con anterioridad, las ramificaciones serán muy serios.

A nivel de los países un elemento indispensable es conseguir que el contrato social evolucione. Es conocido que en Japón el uso de tapabocas es algo acostumbrado desde hace años, algo que indudablemente los hizo menos vulnerables al Coronavirus. En contraste, en occidente son conocidas las posturas de quienes se niegan a taparse la cara o vacunarse, alegando una violación de sus libertades individuales.


Mala repartición

En materia de economía hay fuerzas de largo plazo que vale la pena tener en cuenta. Los avances tecnológicos que permitieron el trabajo a distancia hicieron más resilientes a las naciones, pero no se puede desconocer que hay desigualdades crecientes, hechas más evidentes por la pandemia.

Según datos de la “Encuesta Longitudinal Empleo Covid-19” del CentroUC de Encuestas y Estudios Longitudinales de diciembre pasado, en el momento más álgido de la crisis producida por este virus en Chile (julio de 2020) se perdieron 2.400.000 empleos. De esos, 1.100.000 eran femeninos. Si bien desde julio de 2020 a septiembre de 2021 se ha recuperado el 89% de esos trabajos (2,13 millones), en el caso del empleo femenino, a la primera semana de noviembre de 2021, la tasa se había recobrado en un 88%.

Tanto en lo que atañe al mercado laboral como a la enseñanza, las disparidades saltan a la vista. Junto a aquellos que conservaron su trabajo, están los que fueron víctimas del cierre de empresas y negocios. Lo mismo pasa con la educación, en donde millones de niños y jóvenes pudieron seguir asistiendo a clases en línea, mientras otros dieron marcha atrás en lo que sabían.

Por su parte, el debido funcionamiento de los mercados financieros -en peligro a comienzos de 2020- mostró que, al salirse de la ortodoxia, un buen número de bancos centrales evitó una descolgada en los precios de las acciones y otros activos. Aun así, el tamaño de las deudas se disparó y ahora el desafío es irlas reduciendo de manera gradual.

Sin embargo, la discusión de fondo es cómo hacer que el mundo tenga más capacidad de aguante ante choques que llegarán, más allá de que nadie sepa ni cómo ni cuándo. Asuntos como un orden internacional distinto, que promueva más la cooperación que el individualismo, encabezan la agenda.

No hay duda de que los avances en contra de la pobreza son significativos y que, en general, el terrícola promedio es más sano, educado y cuenta con una calidad de vida más alta que nunca. El lío es que las inequidades son la norma y un gran número de naciones está atrapado en varias trampas.

De un lado, están las trampas de pobreza, término que hace referencia a segmentos de una sociedad que no cuenta con los medios ni las oportunidades para salir adelante. Del otro está la llamada trampa del ingreso medio, que lleva al estancamiento que se expresa en tasas de crecimiento mediocres, como ocurre en buena parte de América Latina.

En conclusión, no queda de otra que mantener la guardia arriba. Pero, por contradictorio que parezca, esa aproximación requiere de la debida combinación de fortaleza y flexibilidad. Como dijo Brunnermeier “la cuestión no es preverlo todo, sino poder reaccionar”.

Quien lo dude, no tiene que más que recordar la fábula de La Fontaine, en la que el poderoso roble acabó en una chimenea, mientras el junco siguió soportando el viento. Doblándose, pero sin quebrarse. 

europapress