Estamos ya a solo dos meses que termine este gobierno, el que será recordado, entre otras cosas, por haber conseguido los peores resultados económicos desde 1990. Asumiendo que el producto crecerá en 2017 en torno a 1,4%, el crecimiento medio anual de los cuatro años de gobierno será de solo 1,8% (contra 5,3% del gobierno anterior), se completarán cuatro años de caída de la inversión, cuya variación media anual entre 2014 y 2017 será de -2,2%, y que ha pasado de representar el 24,8% del PIB en 2013 a 21,4% en 2017. El ahorro nacional ha caído desde 21,5% del producto en 2013 a 20% en 2017. Por otra parte, el gasto fiscal ha crecido a una tasa media anual de 5,4%, varias veces el crecimiento del producto, el déficit efectivo aumentado y la deuda pública bruta saltó de 12,7% del PIB a fines de 2013 a un 23,8% a junio de 2017 (última cifra disponible), sufriendo el país la primera baja en la calificación de riesgo desde 1990. En el mercado laboral el empleo ha crecido, pero lo hace con mucha más fuerza en los cuenta propia (5,1% promedio este año) que en los asalariados (0,6% promedio); los desocupados crecen durante este año a 5,6% promedio respecto a 2016 y el promedio móvil anual de gente desocupada llegará en diciembre a unas 587 mil personas, la cifra más alta de estos cuatro años y 19% más que a fines de 2013.
Este pobre desempeño económico, que tiene, por supuesto, un evidente efecto en las condiciones de vida de la población, y particularmente de los más necesitados, se explica, básicamente, por una aproximación al desarrollo completamente equivocada. Se subvaloraron los enormes logros que ha permitido el crecimiento económico de los últimos 30 años y se quiso dar un salto redistributivo, aparentemente asumiendo que las distorsiones que los cambios regulatorios iban generando serían inocuos. Pero la realidad no tardó en hacerse sentir. Las políticas equivocadas, la incertidumbre derivada de anuncios de cambios institucionales profundos, pero nunca aclarados en su objetivo y sentido, el discurso anti economía de mercado, y desaciertos de todo tipo y nivel, deterioraron de tal forma las expectativas de productores y consumidores, que el cuadro final no podía ser distinto del que hemos visto.
El reconocimiento generalizado de lo anterior es lo que puso fin, en la reciente elección presidencial, al proyecto con los peores resultados de los últimos 40 años que ha sido el gobierno actual.
Se inicia ahora una nueva etapa en que con la aplicación de políticas correctas la economía recuperará su dinamismo y, con eso, su capacidad de generar buenos empleos y aumentar el bienestar general. Aun cuando el cambio formal de gobierno ocurre en marzo, ya las expectativas muestran una mejora significativa y los precios de los activos financieros comienzan a reflejar que se espera no solo un 2018 mejor, sino el inicio de un periodo de progreso y de políticas sociales bien pensadas y bien implementadas. Solo para cerrar con un número: el crecimiento de 2018 será más del doble del de este año; llegará al orden de 3,5%.
Guillermo Pattillo
Departamento de Economía
Universidad de Santiago