Dime dónde vives y te diré qué votas

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La reciente elección presidencial no sólo dejó en evidencia una reconfiguración del mapa político, sino también la expresión territorial de las preferencias ciudadanas. Los resultados regionales y comunales revelan patrones que trascienden lo ideológico y que interpelan directamente a las estrategias de representación, arraigo y discurso de los principales bloques en competencia. En este escenario, los desempeños de los partidos permiten leer el país desde sus bordes, sus centros y sus fracturas.


El Partido de la Gente, la gran sorpresa en esta elección, demostró su capacidad de capturar el voto de comunas periféricas, rurales y de baja densidad institucional. En regiones como Arica y Parinacota, Tarapacá y parte de la Araucanía, el PDG se impuso en comunas donde la presencia estatal es más débil y donde la desafección política es alta. Todo indica que el discurso anti partido, centrado en la eficiencia económica y la crítica a la “clase política tradicional”, encuentra eco en territorios donde el Estado aparece más como un ausente que como un garante.


El PDG con una campaña digital y una narrativa asociada al “ciudadano común” logró la adhesión de votantes que se sienten abandonados o no representados en sus sentires y anhelos. El voto resultante del PDG es, en muchos casos, un voto de protesta, pero también de aspiración individualista, de quienes se alejan de estructuras políticas y buscan promesas de movilidad social sin mediaciones institucionales.


La candidata de Unidad por Chile en tanto logró imponerse en 105 comunas, especialmente en zonas urbanas con fuerte presencia de organizaciones sociales, sindicatos y redes comunitarias. Su mejor desempeño lo obtiene en comunas del Gran Santiago como Recoleta, Pedro Aguirre Cerda y San Joaquín, así como en capitales regionales como Valparaíso y Concepción. El voto progresista se articula activamente a la memoria (derechos sociales, participación ciudadana y políticas redistributivas).


El perfil de la candidata, vinculado al mundo sindical y a la gestión pública, facilitó esta conexión con sectores medios y populares que valoran la institucionalidad, pero exigen transformaciones profundas. En tanto, los resultados fueron más débiles en comunas rurales y en zonas de expansión urbana, donde el discurso de derechos pierde fuerza frente a la promesa de orden o eficiencia.


El representante del pacto Cambio por Chile se impuso en 169 comunas, consolidando una hegemonía territorial que combina zonas rurales, comunas de clase media emergente y sectores conservadores del sur del país. Su mejor desempeño se dio en comunas como Las Condes, Lo Barnechea, Temuco, Osorno y Punta Arenas, donde el discurso de orden, seguridad y defensa de la tradición encuentra terreno fértil. El abanderado de este pacto logró construir una territorialidad política que se apoya en redes evangélicas, gremiales y empresariales, y que lo proyectarían como una alternativa de gobierno estable.


Con todo, el reciente proceso electoral nos recuerda una vez más que Chile no vota igual en todo su territorio, cada región o comuna, expresa trayectorias históricas, niveles de institucionalidad, densidad organizativa y expectativas diferenciadas. 


Américo Ibarra Lara

Director Instituto del Ambiente Construido

Observatorio en Política Pública del Territorio

Facultad de Arquitectura y Ambiente Construido

Universidad de Santiago de Chile

europapress