Esta poderosa frase, compartida por mi querida Inés Echeverria, creadora de Uttopy, ilustra perfectamente la percepción errónea y descuidada que todavía existe sobre la inclusión en nuestros días.
Hemos ido deformando poco a poco el concepto de inclusión y aunque está presente en muchos espacios, con el tiempo se le ha ido moldeando según la conveniencia o la perspectiva de cada persona. Este proceso ha llevado a que, lejos de convertirse en un principio claro y compartido, la inclusión termine adoptando diferentes formas.
Para que la inclusión sea auténtica, su resultado debe ser la eliminación de todas las barreras que impiden la participación plena de las personas en cualquier ámbito. Sin embargo, aún existen niñas/os, jóvenes y personas adultas que no pueden acceder al sistema educacional o al mundo laboral, enfrentando la ausencia de adaptaciones y la falta de oportunidades.
La Ley de inclusión laboral en Chile, aunque ha logrado poner en el centro el derecho de las personas con discapacidad a trabajar, aún resulta insuficiente. Las palabras y los gestos no modifican la realidad. De acuerdo con datos de la Subsecretaría del Trabajo, apenas el 6% de quienes viven con discapacidad cuentan con empleo y esto, ¿no genera ninguna alarma? ¿Es porque tiene que ver solo con personas con discapacidad?
Inspirados por los lineamientos del Informe mundial sobre inclusión de la discapacidad 2025, podríamos comenzar por plantearnos la posibilidad de renovar profundamente nuestra mirada sobre la inclusión.
Países que avanzan en la recolección de datos sobre discapacidad a través de censos y encuestas periódicas, pero que no realizan análisis sistemáticos, lo que limita el impacto y el buen uso de esta información.
La financiación destinada a la discapacidad sigue siendo insuficiente para lograr transformaciones significativas en la mayoría de los contextos.
La brecha digital profundiza desigualdades existentes, ya que herramientas poderosas, en ocasiones reemplaza la interacción humana necesaria y la automatización generalizada, afectan las oportunidades laborales de las personas con discapacidad.
Necesitamos del diseño universal de manera sistemática, contando con la participación comunitaria inclusiva, expandir los servicios accesibles y construir sistemas de apoyo para aumentar de manera significativa la participación social.
La solidez de sectores claves como la educación, la salud, el empleo y la protección social resulta crucial para avanzar en la inclusión. Integrar la perspectiva de discapacidad desde las primeras etapas y a lo largo de todo el proceso no debe considerarse una preocupación secundaria a abordar únicamente cuando existan recursos adicionales, de lo contrario, desafíos como el envejecimiento de la población, mujeres, personas cuidadoras y personas con discapacidad continuarán necesitando de más oportunidades, dignidad y autonomía.
Tenemos más información que nunca y, aun así, esa información muchas veces se queda en el cajón. El compromiso del sector empresarial, incorporando soluciones innovadoras que impulsen la accesibilidad y la inclusión, al tiempo que promuevan una cultura organizacional responsable, es fundamental.
Si realmente queremos una sociedad inclusiva, hay que empezar desde lo básico, ciudades pensadas para todas las personas, escuelas abiertas a la diversidad, trabajos que den la bienvenida a distintos talentos y sistemas de apoyo que no dejen a nadie fuera. Y ojo, esto no es solo tarea de gobiernos, también empresas, comunidades y cada persona pueden aportar su granito de arena.
La inclusión no es un favor ni mucho menos una moda, es un acto de conciencia diaria, una puerta abierta para que cada persona pueda participar, aportar y brillar con su luz propia ¿Te animas a vestir a la inclusión? Da ese primer paso, escucha, adapta, comparte, invita, construye. Hoy puede ser ese 16% de la población, pero mañana podrías ser tú. La inclusión comienza contigo.
María Paz Wagner B
Coordinadora Nacional de Vinculación y Proyectos de Inclusión Laboral
Fundación Down Up