Vivimos una era fascinante, donde la tecnología se disfraza de deidad y los algoritmos dictan profecías con voz sedosa. En este Olimpo digital, las startups son insectos con delirios de grandeza y los gigantes de la inteligencia artificial juegan a ser omniscientes, omnipresentes y, por supuesto, omnivendedores. ¿Cómo competir contra eso? ¿Cómo lanzar una idea al mercado sin que una actualización del monstruo la convierta en fósil al día siguiente?
ChatGPT no conquistó el mundo con promesas, sino con costumbre. En solo dos meses, pasó de juguete curioso a ritual diario para más de 100 millones de usuarios activos. Su lanzamiento freemium alcanzó el millón en días, y hoy, más del 80 % de quienes lo usan vuelven por más. Los suscriptores pagados se mantienen con una lealtad superior al 70 % a los seis meses. Estamos frente a una nueva religión de consumo: una que no necesita tener razón, solo estar ahí cuando la necesitas. ¿Cómo compites contra algo así?
No se vence a un titán por la fuerza. Se le desestabiliza desde donde no mira: sus puntos ciegos, sus incomodidades, sus arrogancias. El problema no es que la IA sea muy inteligente. Es que cree saberlo todo, y ahí es donde comienza su torpeza. Pareciera ser que tu ventaja no proviene desde la escala, sino desde la diferencia. La lógica de estos sistemas es adictiva. A medida que interactúas con ellos, se ajustan a ti. Aprenden tus patrones, tus atajos, tus caprichos. Y esa familiaridad reconfortante genera fidelidad. No porque sean perfectos, sino porque nos acostumbramos a su manera de equivocarse. Es cómodo. Pero también predecible. Y en esa repetición, nace el aburrimiento. En esa rutina, la creatividad se duerme.
Aquí es donde el emprendedor tiene espacio, sobre todo el latinoamericano acostumbrado a lidiar con la escasez. Porque hay terrenos donde un modelo genérico tropieza con lo humano. Sectores donde la confianza no se genera con estadísticas, sino con credenciales y rostro. Finanzas personales, salud mental, impuestos, derecho… ¿de verdad vamos a pedirle consejos a una máquina entrenada para sonar convincente, no para tener razón? El futuro no está en imitar esa voz genérica, sino en diseñar flujos de trabajo donde la IA colabore con profesionales reales, certificados, con nombre, apellido y responsabilidad. Pero no basta con saber más. Hay que estar donde el modelo no puede ir. Literalmente. En el mundo físico. La IA puede reservar un pasaje, pero no llevarte al aeropuerto. Puede sugerirte propiedades, pero no abrirte la puerta. Las experiencias valiosas —las que mueven emociones, decisiones, billeteras— requieren una cadena de ejecución que el software no puede cumplir sin alianzas, redes locales, logística. Quien domine esa transición entre bits y átomos tendrá una muralla que ningún modelo podrá atravesar con prompts.
Y no olvidemos el rincón más sagrado del alma humana: la creatividad. Hay una razón por la cual las mejores ideas no nacen de motores estadísticos. La IA, por más brillante que sea, tiende a converger: muchas palabras, pocas sorpresas. Produce volumen, pero no variedad. Porque su conocimiento se basa en lo que ya existe. Lo humano, en cambio, puede ser absurdo, contradictorio, salvajemente original. Un taller con extraños, una conversación incómoda, un error feliz… todo eso está fuera de la caja de entrenamiento. Las startups que sepan crear entornos donde la chispa humana conviva con el poder de la máquina tendrán ventaja en el terreno que más duele perder: la imaginación. Y no se trata solo de competir con lo distinto. Se trata de crear ecosistemas que generen hábito, apego, comunidad. Bucles de retroalimentación donde el usuario no solo recibe, sino se siente parte. Recompensas personalizadas, datos propios, experiencias que evolucionan con el tiempo. Eso no lo da una interfaz genérica. Eso se construye con piel y paciencia.
Así que no, no intentes ser más grande que el monstruo. Sé más específico, más profundo, más real. Este Dios quiere ser todo para todos. Tú puedes ser indispensable para unos pocos. Y en este mercado, lo irreemplazable siempre vale más que lo impresionante. La guerra por la inteligencia pareciera estar perdida. Pero la de la autenticidad, la confianza y la creatividad apenas comienza. Y créeme: ahí, los pequeños aún pueden vencer gigantes.
Por Guillermo Ramírez Sneberger, presidente de Cambridge Business Association