Mucha preocupación me provoca el desarrollo que está llevando la segunda parte de la reforma tributaria que este gobierno está planificando, porque, pese a realizar muchas presentaciones y diálogos, sigue con su talante recaudatorio. También preocupa el estilo de promoción que utiliza la autoridad fiscal, pues vincula al aumento de la recaudación, la solución de los problemas sociales y el bienestar social, siendo una peligrosa estrategia, porque la evidencia empírica demuestra que no existe tal correlación.
El país está en una muy complicada situación: tenemos los niveles de deuda más grandes de los últimos 30 años, vamos a pagar 4 mil millones de dólares en intereses en el 2025 (cuatro puentes del Chacao solo en intereses), nulo crecimiento y una inflación latente, controlada, pero ya generando problemas porque los sueldos no han crecido en la misma proporción.
Por otro lado, las tasas de intereses están altas y existen muchas restricciones para acceder al crédito dada las proyecciones económicas y la poca liquidez de las personas.
Así también, la imagen del país está deteriorada y países como China, ya están prefiriendo otros países de la región porque ponderan factores de largo plazo que, en nuestro caso, ya no son promisorios.
Si bien hay inversión extranjera, no es del nivel que necesitamos.
Ante este escenario, el gobierno insiste en avanzar en una reforma que genere mayor recaudación fiscal, diseñando un sistema que hace más engorroso el sistema tributario, aumenta la carga (aunque no lo diga) de las empresas y destruye lo poco de bueno que hemos logrado y que aún nos queda.
Si bien se está pensando en bajar la tasa del Impuesto de Primera Categoría, se establecen dos nuevos impuestos que afectan la distribución de dividendos. Esta combinación es nefasta para la evaluación de proyectos y motiva a que inversionistas nacionales decidan invertir en otros países.
El ministerio de Hacienda ha justificado la creación de nuevos regímenes tributarios en la equiparación de la futura carga tributaria con la del resto de países de la OCDE, ejercicio errado, porque esos países son más grandes que el nuestro, con mayor nivel de ingreso per cápita y, lo más importante, más competitivos porque no tienen el nivel de efervescencia política y social, ni los niveles de inseguridad que estamos viviendo.
Se podría argumentar que bajar la tasa del impuesto de las empresas sería un estímulo para generar riqueza y que, al existir una mayor carga tributaria en la distribución de las ganancias a los dueños, sería un incentivo para mantener los capitales en las compañías que permita la capitalización de las utilidades. Sin embargo, postular este tipo de sistema desconoce un hecho fundamental: la perspectiva de rentabilidad a largo plazo, pues los inversionistas buscan una rentabilidad personal, la cual es fácilmente de obtener en otras economías que están ofreciendo menores cargas tributarias y mayor seguridad.
Es por tal motivo que considero que el esquema ideado, no será una herramienta eficiente que permita lograr que nuestro país cuente con mayor nivel de inversión, lo cual evidencia lo errado que está siendo el sistema tributario que se está diseñando y que fracasará como lo han hecho las otras iniciativas que desde hace 12 años (y me atrevería afirmar que desde mucho antes, porque desde 2001 que estamos aumentando la tributación de las empresas), frustrando aún más las proyecciones de crecimiento que estamos necesitando en estos momentos de crecientes necesidades sociales, especialmente cuando nuestra historia reciente aporta antecedentes para insistir que la única forma de lograr la satisfacción de las carencias sociales es con mayor trabajo, inversión y ahorro.
Prof. Germán R. Pinto Perry
Director Programas de Especialización Tributaria
Centro de Investigación y Estudios Tributarios NRC
Universidad de Santiago