Sacar la educación de la contingencia

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Luis Riveros

Dos cosas denotan la idiosincrasia de los políticos, generalmente hablando. Por cierto, existen excepciones, pero la mayoría, según se percibe de sus actos y decisiones, se inspiran en una mirada fuertemente circunscrita al corto plazo y persuadida por ideologismos que usualmente representan una interpretación parcial de los problemas. No hay mejor ejemplo, para desgracia del país, que aquello que se ha hecho con la educación pública. Un ex Ministro ha declarado recientemente que considera injusto que se le atribuyan culpas después de más o menos una década de las reformas que impulsara en cuanto a centralizar la gestión de la educación pública. Sin ninguna duda, los efectos positivos o negativos de cualquier reforma educativa se podrán verificar sólo muchos años más tarde. Pero esa no es la dimensión de tiempo que interesa a un político sino solamente aquella relativa a los efectos inmediatos de las medidas que impulse. En cuanto a la predominancia de ideologismos que dan base al diagnóstico y la recomendación de políticas, las reformas impulsadas fueron dominadas por la idea de culpar a la gestión municipal de los malos resultados observados en educación y de volver a centralizar el sistema como instrumento para optimizar. El proceso de “desmunicipalización” iniciado durante el primer gobierno de la Presidenta Bachelet, se basó en un diagnóstico muy general sobre los problemas de la administración municipal, llamando a una nueva centralización a través de un sistema local de educación pública (SLEP). Se desconoció que la gestión de algunas municipalidades era de buen nivel y con meritorios resultados, y se aplicó el nuevo modelo como una “plantilla” a lo largo de todo Chile. Se soslayaron los problemas de recursos, de una gestión menos cercana a los colegios y las serias dificultades de trasladar lo municipal al ámbito central, aún sin claras delimitaciones de potestades y responsabilidades.


Todo eso se hizo en el marco de otro conjunto de medidas basadas en ideologismos sobre las diferencias existentes entre cohortes de estudiantes y sistemas de administración. Se prescribió “quitar los patines a los alumnos más aventajados”, en lugar de colocar patines y potenciar a los más desventajados. En pedagogía se aprende que no se puede castigar a los mejores alumnos para igualarlos con los de menor rendimiento. La tarea es, precisamente, sacar adelante a los alumnos más desventajados. Pero en la política pública se hizo lo contrario, y los resultados ya se pueden observar en términos de la gran desventaja inducida en la educación pública que conservaba criterios de selección por mérito. No se ponderaron junto a otros criterios, igualmente válidos, sino que simplemente se eliminó la existencia de la selección por propiciar una “injusta desigualdad”.


Una década más tarde, los resultados de todo esto están a la vista. Por una parte, la crisis que vive el sistema público y que se evidencia de manera brutal en Atacama y asimismo en otras regiones del país. Pero también está el decaimiento de los que antes eran colegios y liceos públicos de excelencia en medio de una crisis en cuanto a tasas de abandono y rendimiento escolar de lo público. Por otra parte, se evidencia el enorme déficit en materia de gestión, y aparentemente en cuanto a la inversión en el SLEP. Un resultado golpea la conciencia: los colegios privados son ahora más preferidos por la ciudadanía, lo cual seguirá profundizándose en la medida en que no se corrijan aspectos fundamentales de diseño y recursos en lo público. Estas correcciones implican adicionalmente cambios de fondo en materia de financiamiento, gestión, formación de profesores y contenidos de la enseñanza. Esas cosas no están siquiera discutiéndose para tener un proyecto educativo que el país necesita urgentemente.


Hay que sacar a la educación del debate político contingente, para no contaminar los resultados de largo plazo a que debe aspirar el país, con las rencillas que lo dividen y que están impregnadas de cortoplacismo. No se puede seguir jugando con el destino de niños y jóvenes en función de plataformas políticas y sacrificando el recurso humano que debe constituir la verdadera riqueza productiva del país.



Prof. Luis A. Riveros

Universidad Central

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