¿Cierre de escuelas por inseguridad? La cruda realidad que están viviendo los estudiantes en Chile

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Gabriel Mora

El acceso a la educación y la seguridad son pilares fundamentales para el desarrollo sostenible de nuestra sociedad y su democracia, sin embargo, hoy en Chile ambos están en crisis. Los hechos de violencia han aumentado en nuestro país como una deuda de la que no nos hemos hecho cargo, y la situación se ha visto cada vez más insostenible.


En las últimas semanas hemos tenido la suspensión de clases en distintos establecimientos educacionales debido a la necesidad de resguardar la integridad de estudiantes y docentes, lo que amenaza con volverse una constante en nuestro país. Ya sea por un “Narco Funeral” o por el día del joven combatiente, los estudiantes se han visto obligados a interrumpir su proceso de aprendizaje, lo que tiene consecuencias graves en su rendimiento académico. Sin embargo, el cierre de los colegios, hace mucho que es algo frecuente. Ya sea por el paro de profesores o estudiantes, los hechos del estallido social o la cuarentena vivida durante la pandemia. Cada uno de estos cortes en el proceso de aprendizaje de los jóvenes ha hecho mella.


Es aún más preocupante que la violencia se haya extendido a la propia escuela, donde muchos estudiantes experimentan situaciones de acoso, intimidación y violencia física. Esto puede provocar traumas y miedo en los estudiantes, que se sienten inseguros en su propio entorno de aprendizaje. Esto puede generar un espiral de deserción escolar, donde jóvenes abandonan los estudios debido al miedo y la inseguridad. El solo proceso de movilizarse desde el hogar hasta una casa de estudios se ha vuelto notablemente más peligroso. En regiones son muchas las líneas de transporte público que han decidido acortar los horarios en que transitan, haciendo que el horario de salida de “la última micro” se realice antes de las 22:00, o más temprano. Siendo esto último un síntoma de lo que estamos viviendo, pero también afectando a aquellos estudiantes que terminan tarde sus clases.


Entonces tenemos un círculo vicioso, en el que al aumentar la delincuencia también interrumpimos el correcto flujo del proceso de aprendizaje, arriesgándose a que algunos estudiantes deserten. Aquellos jóvenes que no vuelven a integrarse al sistema educativo se ven propensos a ser parte de nuevos actos delictuales, esta vez siendo victimarios. Es bien sabido que la educación básica no solo es fundamental para el desarrollo emocional y cívico de los jóvenes, sino que también son una herramienta para alejarlos de grupos delictuales, trabajo infantil y otras situaciones perjudiciales para su infancia y crecimiento ¿Cómo le hacemos frente a este ciclo que toma cada vez más fuerza?


Es necesario abordar este problema de forma integral, no solo desde el punto de vista de la seguridad, sino también desde la educación y la prevención. Los colegios deben ser espacios seguros y resguardados, donde los estudiantes puedan desarrollarse académica y personalmente sin temor. Esto requiere un mayor compromiso de las autoridades para garantizar la seguridad, pero también necesita un trabajo conjunto con la comunidad educativa para crear un ambiente seguro y acogedor para los estudiantes, pero también comprometernos, de verdad, con que las aulas sean las últimas en cerrar y las primeras en abrir.



Gabriel Mora, Fundación para el Progreso


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