Tango Taciturno

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Luis Riveros

Argentina fue a comienzos del siglo pasado un país con una sólida economía, que le colocaba entre los primeros países del mundo, comparable a varios países europeos. Su nivel de bienestar económico era tal que se decía que los empresarios agrícolas más adinerados, llevaban vacas a bordo de los barcos que los trasladaban a Europa, para poder así contar con leche fresca todo el trayecto. Sea verdad o mito, lo cierto es que Buenos Aires desarrolló unos de los primeros ferrocarriles metropolitanos del mundo, y la inversión extranjera acudía con generosidad a esa tierra de promesas. La economía se expandía con fortaleza, y así surgieron poderosas y modernas ciudades que concentraban el poder económico y también el político. La crisis financiera impactó severamente en la ,marcha de la economía argentina durante la tercera década del siglo pasado, pero los rigores de la guerra subsecuente no aminoró la actividad agrícola que era la base del desarrollo económico. Lo que sí la impacto más tarde fueron una secuela de políticas populistas que exageraron el gasto público más allá de lo sostenible, e introdujeron a la economía argentina a su endémica inflación que desde entonces ha estado sufriendo. El federalismo que el país adoptó tempranamente en su proceso de consolidación de la república, fue también, de acuerdo a muchos, un escollo importante para tener políticas fiscales centrales más efectivas en el control del gasto y la emisión monetaria. Pero, ciertamente, el problema fiscal y su impacto en lo monetarios y en los precios ha sido el fantasma que ha recorrido el país durante las últimas dos décadas.


Alguien ha dicho que la inflación es “cosa de acostumbrarse”, y también que es una cosa que “está en la mente de la gente, más no en la realidad”. Como quiera interpretarse, las tasas de inflación persistentemente de dos y tres dígitos, no constituyen para nada un ambiente económico sano, y requiere políticas fiscales que reordenen los fundamentos del desarrollo nacional, especialmente protegiendo a la inversión, que es una de las variables que más sufre con las altas tasas inflacionarias. Las políticas populistas desde mediados del siglo XX han sabido aprovechar las condiciones del comercio exterior para sus productos derivados de la agricultura y ganadería, esto sin desconocer el esfuerzo en pro de la industrialización que se llevó a cabo lidiando contra las desventajas de un proteccionismo que cobraba su precio en el costo de muchos insumos. Lo cierto es que Argentina fue progresivamente cayendo en el pozo profundo de inflación y recesión, con costos visible en materia de menor inversión y un bajo crecimiento. Incluso los tiempos en que se afirmaba que los argentinos tenían suerte porque “el pasto crecía de noche para alimentar de día al ganado” con eso solamente se respaldaba un activo comercio de exportación, abandonan las intenciones de una industrialización más efectiva. Se hicieron muchos esfuerzos por diversificar las exportaciones, incluyendo madera y vino, por ejemplo, sin que ello pudiera sostenerse precisamente por las fluctuantes expectativas derivadas del desequilibrio macroeconómico estructural que Argentina ha sostenido por décadas. Distintas administraciones, con distinto sesgo político, no han podido remediar esta falla estructural inmensa derivada de inefectivas políticas fiscales y monetarias en pro de la estabilidad macroeconómica.


Hoy Argentina está esperando para el año 2023 un inflación cercana al 100%, lo cual es absolutamente incompatible con la necesidad de incentivar inversión y comercio exterior para un más alto crecimiento económico. Lo que es peor, resulta increíble que en un país de verdad tan rico en recursos, distribuidos a lo largo y ancho de un vasto territorio, se tenga un nivel de pobreza que este año rondará el 40% de la población. Más aún esta pobreza se concentra fuertemente en quienes viven de pensiones francamente deterioradas dependientes del gasto público ordinario. Todo esto prueba que el desorden macroeconómico y la alta inflación perjudican de sobremanera a los más indefensos: los más pobres de la sociedad. No se olvide que Chile a fines de la década del 80 tenía un similar nivel de pobreza, del cual se pudo escapar merced notorios esfuerzos políticos y económicos. Este esfuerzo requiere un alto grado de cohesión nacional, capaz de mostrar resultados positivos a corto plazo, e indicando un objetivo a lograr en el mediano y largo plazo.


Ojalá Argentina pueda lograrlo, reduciendo inflación y pobreza con resultados visibles, pero por sobre todo sostenibles. Se lo merece un gran país con una gran historia que inspira respeto por los gestores que dieron su vida por alcanzar un sueño.


Prof. Luis A. Riveros

Universidad Central

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