Marcha hacia la mediocridad

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Luis Riveros

En la historia de la educación chilena sobresalen los ejemplos de visiones amplias y consistentes sobre el desarrollo del sistema educacional, sus cambiantes objetivos y las necesidades que ello despierta en materia de política pública. En la temprana república los esfuerzos estuvieron orientados a crear un verdadero sistema de educación, que la época colonial no legó, con escuelas públicas y maestros preparados para servir a una creciente cobertura. El propio O´higgins puso sus esfuerzos en crear un sistema de enseñanza lancasteriano, en que los alumnos más avanzados pudieran enseñar a los demás. Bajo su gobierno se creó la primera Escuela Normal, lo cual se proyectaría más tarde en 1842 con la decisión del presidente Manuel Montt. Había visión de educación, de proyecto país, y así se creó la Universidad de Chile, la Escuela de Artes y Oficios y la Escuela Normal de Preceptores, en el mismo entorno de tiempo, con la visión de resultados a veinte años. Más tarde emergió la idea de consolidar el Liceo fiscal y de proyectar a la universidad hacia la formación profesional. Más adelante, el empuje político llevó a la educación primaria obligatoria y al desarrollo que necesitaba la educación técnica. El “Gobernar es Educar” no fue solo un buen slogan político usado por Pedro Aguirre Cerda ( la frase en todo caso es atribuible a Valentín Letelier, y fue pronunciada muchos años antes) sino que reflejaba una visión de sociedad y de país: mejorar al ser humano proyectaba un mejoramiento en el conjunto social. La gran reforma del año 68 y el proyecto ENU, fueron también diagnósticos fruto de un intenso debate técnico y político. La historia de Chile ha sido, desde este punto de vista, de un continuo debate sobre la educación que necesitamos y las formas en que podemos consolidar una buena educación.


Pero desde finales del siglo XX y comienzos del presente, no ha existido un debate ni una propuesta trascendente en materia de educación. Hay mucho sobre nuevos instrumentos de control de la gestión y bastante sobre organización administrativa y financiera. Pero poco sobre los problemas que más atañen al país en una perspectiva de largo plazo: ¿qué educación requerimos para ingresar con éxito y justicia hacia el futuro? Los partidos políticos dejaron de ser centros de ideas y programas; allí no hay debate ni propuestas, sino sólo la noción de acuerdos instrumentales. Las universidades no abordan mucho estos temas porque no tienen financiamiento para poder hacerlo en forma solvente. Y poco hay más allá de estas instancias para conducir un debate sobre la educación que requerimos para nuestro futuro y los caminos para poder concretarla. Se trata, por cierto, de una discusión sobre el futuro y lejos de las coordenadas de tiempo que hoy se manejan en política: el país necesita saber sobre las próximas décadas, y los políticos solamente se proyectan a la próxima elección.


Hay que definir cuestiones graves sobre el proyecto educativo y nuestro sistema escolar: ¿qué enseñamos para lograr cuáles propósitos?; ¿cómo hacemos que las nuevas generaciones se incorporen con éxito en la sociedad del conocimiento y la información?; ¿qué tipo de profesores necesitamos para la gran tarea formativa?;¿cómo hacemos para lograr esos objetivos de manera equitativa y con relevancia nacional? Simplemente no hay discusión; se perdieron los líderes señeros de discusiones con contenido y preparación de propuestas transversales en beneficio del país. Se perdieron los partidos políticos como centros de ideas y propuestas para Chile. También se perdieron las universidades que constituían centro de debate transversal sobre temas con visión nacional y de vocación pública. Estamos verdaderamente encapsulados en el tiempo presente, sin tener una perspectiva que permita visualizar la sociedad futura que anhelamos.


La política pública se enalteció en tiempos republicanos, y permitió ir construyendo un país en base a visiones consensuadas sobre la educación y el futuro. Desde hace unas décadas hemos perdido ese ánimo, y el país marcha inexorablemente hacia una sostenida mediocridad.


Prof. Luis A. Riveros

Universidad Central

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