TV- Horror de mediocridad

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Javier Fuenzalida

Nuestra televisión está cada vez más decadente y mediocre. La opción TV cable, ofrece 80 o más canales, pero igualmente malas. No más de unos cinco o seis canales se salvan.

Aparte de esta decadencia programática, los operadores se burlan de los clientes, interfiriendo los programas con avisajes y mensajes escritos en negro, ensuciando las imágenes del momento. Habla muy mal de la falta de cultura.

Canales como CHV, Mega, TV13 y a veces TVN, ocupan parte de la superficie de la pantalla para introducir mensajes intrascendentes que ensucian la visión. Por ejemplo, CHV ocupa la parte de inferior con una franja de 3 cms de altura para indicar el teléfono y el nombre del programa para un eventual tweeteo del televidente. Le sigue encima otra de 4 cms que indica de que se trata la imagen en pantalla como si fuéramos ciegos, y la remata con otra de 1 cm con una breve indicación sobre lo mismo. Sigue un espacio de otros 5 cm en que se ve parte de la imagen transmitida pero que es interferida otros 5 cm con una franja negra con grandes caracteres blancos en que se lee en diferido lo que las personas ya lo hicieron oralmente. Todo esto suman una superficie inútil de 13 cms, un 33 % de la pantalla desperdiciada.

Esta práctica abusiva y rasca se repite más o menos en la misma forma en Mega y Canal 13. Algo que no solo no agrega nada, sino que produce un efecto negativo de desagrado.

Eso en cuanto a la suciedad visual.

Las Olimpiadas acaban de terminar. Durante todos estos días y en diferentes horarios pudimos gozar con las transmisiones por televisión, en particular de TVN que entiendo compró los derechos de transmisión. Digo algo porque muchos nos vimos en la necesidad de ver las transmisiones en silencio, sin sonido, porque durante las dos semanas de juegos, TVN nos hizo llegar las imágenes condimentadas con ininterrumpidos relatos comentaristas parlanchines que, además de superfluos, decían lo que estábamos viendo. Irrelevante, más comentarios intrascendentes, viniera o no viniera al caso. Fueron de orden de unas 150 horas para quienes quisieron gozar con tanto placer estos juegos pero que debieron soportar el cotorreo periodístico, o apagar el sonido.

Una cosa es el relato de algunos aspectos de los deportistas que en ese momento participan, o de la especialidad en cuestión. Incluso con informaciones sobre los records anteriores o un breve comentario, pero otra cosa es hablar por hablar como si el mundo se fuera acabar.

Opiniones personales que no interesan, comparaciones que no vienen al caso, hacer gala de que entienden de deportes y que deben dictar cátedra a los televidentes. Por ejemplo, cuando un gimnasta está haciendo sus ejercicios en el caballete, el relator dice que está haciendo una prueba en el caballete. Obvio. Cuando se están corriendo los 100 metros plano ya anunciados, un relator dice que está corriendo 100 metros como si fuéramos ciegos y sordos. Si se saca la cuenta de la más de 150 horas de transmisión, fueron además 150 horas de suplicio, con relatores inoportunos.

En política se diría que fuimos objeto de torturas y que el INDH debiera haberlas denunciado. Si por lo menos hubieran guardado algo de silencio y limitarse a la información más importante hubiera sido pasable, pero escuchar cuentos, anécdotas, y comentarios irrelevantes, sin siquiera tomar aire para respirar tornaron las transmisiones en una verdadera pesadilla.

No me he perdido ver las olimpiadas desde que han sido transmitido por televisión. En las últimas hemos debido optar por verlas sin sonido para no sentirnos violentado por voces chillones o timbres de voz poco agradables durante largas horas, al que habla muy mal del periodismo deportivo. Recuerdo en una olimpíada anterior en que el comentarista estrella fue “don Francisco”, sin calificaciones como experto en deportes, con su característica voz chillona y gritón.

¿Cuánto tendremos que esperar para que los operadores de televisión, programadores, marketeros, productores y otros nos ofrezcan un servicio de calidad, grato a la vista y el oído?


Javier Fuenzalida A.

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