​Quis custodiet ipsos custodes?

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Hay tres situaciones recientes, producidas en el contexto del convulso proceso eleccionario de Estados Unidos, que ameritan traer a colación este dilema, cuya expresión se atribuye al poeta romano Juvenal, que significa “¿Quién vigila a los vigilantes?

El dilema de Juvenal ha sido planteado a lo largo de la historia, con algunas variantes en su formulación, pero con el mismo sentido esencial, por políticos, filósofos y hasta nuestros días incluso por Homero Simpson. Es de difícil solución, porque en la sociedad siempre ha habido y habrá una jerarquía de poderes, en que unos tendrán el encargo de ordenar la vida de la comunidad y otros de seguir los preceptos y regulaciones dispuestos por los vigilantes o custodios. Emperadores, reyes, dictadores, gobernantes democráticos, autoridades religiosas, educadores, se han atribuido o se les han concedido las facultades de regir los destinos de la sociedad y de nuestras vidas en variados aspectos, incluso morales. El dilema siempre ha estado ahí, y lo sigue estando. ¿Quién vigila a los vigilantes? ¿Quién vigila a los custodios? Ejemplos hay muchos del abuso de poder de los vigilantes.

Veamos: primero, el presidente Trump, encargado de ser el vigilante, el custodio, de su comunidad, y por lo tanto de las instituciones que regulan la vida social en todos sus aspectos, se ha excedido en el encargo, como ha sido evidente en los últimos días, incitando a la insurrección con graves consecuencias, pero hasta ahora impunemente. ¿Quién vigila al presidente de los Estados Unidos, que tiene entre otras facultades la de presionar el botón nuclear? No se trata de Donald Trump solamente, que en diez días más saldrá de la Casa Blanca por decisión del electorado y del parlamento, sino de la institución presidencial. Segunda situación: durante el proceso de recuento de votos de la última elección, el presidente Trump hizo abuso de su acceso a los medios de comunicación y en una comparecencia ante las cadenas de televisión difundió versiones falaces y acusaciones infundadas sobre el proceso, hasta que, en un momento determinado, dos cadenas decidieron interrumpir la trasmisión de su comparecencia justificándola en que las afirmaciones del presidente eran falsedades que no estaban dispuestas a difundir. Tercera situación: en el nefasto episodio del asedio y asalto al Capitolio instigado por el presidente, éste se dedicó a repetir por las redes sociales sus acusaciones y falacias sobre la elección, incluso cuando ya había decidido hacer un llamado a la calma, pero sin dejar de emitir sus juicios no contrastados contrarios al proceso. Ante lo cual tanto Twitter como Facebook decidieron suspender las cuentas del presidente, con el argumento similar al de las cadenas de TV.

En las sociedades modernas occidentales, la democracia representativa y el estado de derecho -dos caras de una misma moneda- han significado una forma de contención al potencial abuso de los custodios sobre los custodiados. La democracia y el estado de derecho garantizan la libertad y la transparencia, de manera que los abusos y extralimitaciones de poder de los custodios pueden quedar en evidencia tarde o temprano, y ser reprimidos. Para ello, un tercer elemento es esencial: el control cruzado de las instituciones que rige en la democracia bajo el principio de la separación de poderes. Es lo que ha operado finalmente con el proceso eleccionario de EEUU y la solución institucional luego del asalto al Capitolio. Resta por ver si habrá además una acción política del Congreso mediante un impeachment o una intervención de la justicia. Pero lo concreto es que, en este caso, la democracia y el estado de derecho han vigilado al vigilante y lo han puesto en su lugar. Es el valor de la democracia, el peor de los sistemas, con excepción de todos los demás (Churchill).

Pero los otros dos casos que comento merecen un análisis más a fondo, porque el dilema no resulta de tan clara solución. No creo equivocarme si afirmo que prácticamente todos nosotros compartimos y aplaudimos la decisión de las cadenas de TV y de las plataformas sociales Twitter y Facebook. Por dos razones: una, por la valentía de dichos medios y la fortaleza de la democracia del país que da el espacio institucional para que la prensa incluso pueda silenciar nada menos que al presidente. Y dos, porque era evidente que las actuaciones de Trump ya resultaban un grosero atentado contra las instituciones y hasta contra el sentido común, aparte de ser una instigación a la insurrección, como señaló serenamente Joe Biden. En estos casos, los vigilantes, los custodios, han sido los medios de comunicación tradicionales y los modernos de la era digital: CNN, CBS, Twitter, Facebook. Difícil objetar lo que han obrado en este caso, pero la pregunta que surge entonces es: ¿Quién vigila a las cadenas y a las redes, para que usando su poder y capacidad tecnológica no se excedan en su vigilancia? Porque una cosa es que ejerzan ese poder ante situaciones claras y evidentes, como estas, y otra más preocupante es saber donde está la línea divisoria con la arbitrariedad. ¿Pueden por ejemplo silenciar a políticos, a filósofos, artistas, intelectuales, a ciudadanos de a pie, si lo que están manifestando es contrario a sus líneas editoriales, o el editor o incluso el presentador estiman que lo que se dice no es correcto? Cerrar una cuenta de Twitter o Facebook por pornografía, delitos de odio, racismo, terrorismo, etc. no genera mayor objeción, aunque estas medidas las toman las redes por sí y ante sí, sin mediar intervención judicial, por ejemplo. Se puede argumentar que están en su derecho, siendo un servicio al que se accede voluntariamente, pero la realidad de la era digital hace que estos servicios sean prácticamente monopólicos, y se han transformado en esenciales a tal punto, que ya escapan a la simple y tradicional lógica del tómelo o déjelo. Pero volviendo al foco del tema: ¿Quién vigila a estos nuevos vigilantes de nuestras opiniones y conductas, que pueden sancionarnos de este modo? Debo decir, para finalizar, que, hecho este análisis, incluso las medidas de silenciamiento tomadas por las cadenas y las redes mencionadas contra Donald Trump me merecen serias dudas, al no responder a la intervención de un poder democrático, como el judicial, que es uno de los vigilantes de los vigilantes. 


Héctor Casanueva

Académico y ex-embajador. Profesor de las Universidades de Alcalá, Miguel de Cervantes y de Estudios Políticos de Rumanía. Vicepresidente del Consejo Chileno de Prospectiva y Estrategia y miembro del Planning Committee de The Millennium Project.

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