Enfrentamos una verdadera catástrofe, la cual amenaza seriamente nuestra existencia y la calidad de vida futura en sociedad. Junto con ella, muchas cosas han llegado para quedarse, puesto que lo que estamos obligadamente practicando nos hará más desconfiados de los demás, y más temerosos sobre el futuro. Eso significará la necesidad de reenfocar nuestra educación hacia la formación de actitudes que contribuyan al mejor vivir en sociedad, instancia que podemos aprovechar para restituir la formación ciudadana que tanto se echó de menos en los últimos meses.
La situación que hoy vive Chile es francamente penosa y nos afectará por largo tiempo. El impacto del Coronavirus ha sido y será significativo en materia del costo humano, cuando se arriesga una cantidad importante de infectados y muertes.
Sobre Chile se ha desencadenado un conjunto de eventos catastróficos, los cuales están afectando seriamente su desenvolvimiento en lo presente y afectando su futuro, especialmente en el campo económico. No obstante, lo que podríamos llamar las “siete plagas” que han atacado a Chile en diversas dimensiones y con distintas intensidades, tienen también manifestación en todos los ámbitos de la vida nacional, incluyendo por cierto el social y político.
¡Se abría el espacio y el tiempo para buscar nuevas verdades! Bajo la guía del maestro, los alumnos ingresaban al año escolar o año académico en la acariciada aspiración de mejorar, de llenar los vacíos en los convencimientos y prácticas propias.
Muchas veces se debatió sin conseguirse resultados relevantes, la necesidad de actualizar y mejorar la educación chilena a todos los niveles.
Nuestra Nación ha sido gestada en medio de acciones violentas, que de alguna manera traducen o reflejan nuestro modo de ser, nuestro ethos nacional. Violencia que, como método social para resolver diferencias, especialmente con relación a temas que tienen que ver con el poder, no ha sido excepcional, sino más bien una cuestión consuetudinaria en nuestra historia. Es posiblemente este legado terrible el que estamos hoy día observando con sorpresa y temor.
El país sobrelleva con amargura y asombro la situación de inconcebible deterioro que sufre el estado de derecho.
Las universidades chilenas son selectivas, puesto que demandan los mejores estudiantes para favorecer su desarrollo profesional y el propio desarrollo institucional.
Durante años hemos fallado en la educación que se otorga a las nuevas generaciones de chilenos. No sólo por sus formalidades contextuales, limitadas por los enfoques de contenidos y una faltante formación de buenos profesores.
Prevalece una enorme desorientación en la ciudadanía, junto con una carencia de liderazgos que muestren un camino para abordar con aplomo republicano la seria crisis institucional que vive Chile.
Asimismo, muchas veces se ha planteado la necesidad de que la misma se aplique en distintas fechas a lo largo del año, y que los estudiantes puedan elegir su mejor puntaje para postular a las carreras, así evitando el innecesario estrés del “DIA DE LA PRUEBA”.
El último trimestre del 2019 presenció una brutal demostración de que en nuestra sociedad algo no está funcionando bien. Y todavía, después de los chocantes episodios de desestabilización política, caos social, destrucción de bienes públicos y privados y crisis policial y delincuencial, hay más de un 60% de los chilenos que piensan que las movilizaciones deben continuar (CADEM 311– última semana de Diciembre).
Una de las materias más trascendentales que ocupa a la autoridad económica en estos días, se refiere al reajuste de remuneraciones del Sector Público.
Varios estallidos simultáneos produjeron la enorme explosión que sorprendió a Chile. Se conectaron unos a otros no sólo por obedecer a factores relacionados, sino también porque se retroalimentaron y se proveyeron mutuamente de una caja de resonancia.
Una crisis de Estado! Es lo que estamos viviendo integrando un cúmulo de problemas que no habían sido correctamente o suficientemente abordados, como es el caso de las políticas sociales.
La ciudad de Santiago, especialmente su centro cívico, luce una grotesca cantidad de rayados, en los que abundan las groserías y las alusiones más inquietantes sobre autoridades e instituciones. Abunda la palabra “muerte” o la acción de “asesinar”, como emblemas de una furia desatada contra la sociedad en su conjunto. Pero llama la atención el grafiti “ACAB” que adorna varios muros de la ciudad de Santiago, y seguramente también en regiones.
A inicios de Agosto del año 2016, ESTRATEGIA publicó la columna que se presenta más abajo. Hace TRES AÑOS ATRÁS se había advertido sobre la crisis en ciernes tanto política como social; simplemente no fue considerada por los estamentos políticos, incluso durante el período de la última campaña Presidencial. Lo grave es que esto pone en evidencia que las opiniones independientes, de académicos u observadores de nuestra realidad nacional, no son siquiera consideradas en los ámbitos en que se toman las decisiones.
El estallido ha sido social en sus fundamentos más esenciales, pero también lo ha sido en lo político y lo emocional. Con lo último me refiero al sentimiento de abandono que expresa gran parte de la población que protesta,
Chile parece haberse descubierto a sí mismo en estos días. Una gran proporción de la población descubre problemas que, no obstante haber estado siempre presentes, ahora adquieren una magnitud real y tangible merced a las multitudinarias protestas.
Chile sufre una grave y prolongada crisis. Unos la vinculan sólo al ámbito político, otros la reconocemos además en otras dimensiones: valórica, social, institucional, de confianza.