Un impredecible mañana

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Luis Riveros



Nada de malo en evocar otros tiempos con el propósito de desarrollar una reflexión sobre el presente, sin ser ello una pura reminiscencia idealista que oculte el propósito desmedido de volver al pasado. Ha de tratarse de construir una visión del presente basada en los avances y progresos respecto del pasado, como también en los retrocesos. Por cierto, nuestro país adolecía de muchos problemas en ese pasado que observamos con distintos hitos referenciales, pero sin duda se había avanzado mucho en superarlos merced la visión de muchos conductores sociales. De partida, los avances técnicos maravillosos de que ahora podemos disfrutar, incluyendo unos sistemas de comunicación que nos abren caminos para observar la realidad y comparar las distintas visiones con nuestra propia interpretación de hechos y procesos que usualmente tienen más de una sola lectura. Para que hablar de los adelantos en el conocimiento médico, que ha permitido prolongar nuestra expectativa de vida de manera antes impensada. Claro, no todos tienen el mismo acceso a la medicina de calidad, pero todos han experimentado el progreso médico verificado en procesos y medios para tratar con nuestra salud. Y sin duda, cosas como el transporte, la infraestructura de las ciudades, los medios de comunicación, son ahora cosas que están al alcance de todos, aunque también es éste un terreno en que podemos progresar aún más y mejor. O sea, en todo terreno hay progresos importantes aunque muchas cosas quedan por hacer para resolver con mayor equidad y efectividad. No es este progreso algo que pueda avergonzarnos ni una realidad que amerite llamar a “quemar todo” como una amenaza de graves alcance anarquistas. Tampoco tuvimos una vida repudiable en ese pasado que rememoramos, sino una vida llena de desafíos y disposición a experimentar los cambios que en una sola generación han sido plenos y más allá de toda expectativa.


Estamos dejando atrás una sociedad que convivía en paz aunque con los problemas mayores que sin duda nos afectaban. Una sociedad en la que se podía transitar por las ciudades de día y de noche, sin temor por la integridad física ni por los bienes que transportábamos o aquellos que estaban dentro de nuestras casas. No se vivía amurallado, con sistemas de protección que afean y reflejan nuestros peores temores. Los niños ya no juegan en la calle, presas del celular, la TV y del simple temor de ser expuestos a los peligros de calles y plazas. La educación no es la de antes, porque no se aprenden allí costumbres sociales que permiten que cada grupo de sienta parte de la sociedad en su conjunto, y en que debe haber objetivos y sentimientos comunes que hoy se desvanecen producto del individualismo que se práctica como irrenunciable hábito de vida. Los políticos estaban más cerca de la gente y de sus problemas, y no se había entrado en la práctica del discurso vacío, de las promesas sin compromiso y de la deshonestidad en el manejo de los recursos de todos. Es una sociedad que es víctima de un progreso fatal, y que nos hace mirar con envidia no sólo nuestro pasado, sino que la realidad prevaleciente en países que respetamos por su progreso sin haber cedido a los males que se nos mencionan como “necesarios”.


Y el futuro se observa con preocupación y desesperanza. Estos sentimientos se anidan sobretodo en cómo estamos preparando a las nuevas generaciones para enfrentar sus tareas. Educamos mal y poco, como muestran los altos índices de analfabetismo funcional que prevalecen crecientemente, como también el escaso manejo del conocimiento analítico más básico al que acceden nuestros niños y jóvenes. Enseñamos el “yo” y olvidamos definitivamente el “nosotros”, a menos que ello sea sólo para reseñar algún mensaje político intrascendente. Dejamos de enseñar que el esfuerzo y la colaboración es la base del progreso social y personal. Hay educación para pobres y para quienes no lo son, todo debidamente estratificado pero igualmente con pobres resultados. La labor orientadora del maestro, más allá de la enseñanza de contenidos, se ha desvanecido y hay poca educación valórica en un contexto en que todo se pone en el valor monetario que privilegiamos como gran y único objetivo.


La sociedad marcha por caminos que nos desafían porfiadamente para evitar su porfiada segmentación y males como la delincuencia, la droga y la violencia. Pero estamos cada vez más desarmados frente a estos desafíos, y lo que se espera es mayor decadencia, mayores retrocesos y un impredecible mañana para las nuevas generaciones.


Profesor Luis A. Riveros

Universidad Central

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