Cuidarnos para volver a ser comunidad

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Osvaldo Artaza 10

Vivimos tiempos en que el miedo se ha convertido en una herramienta de poder. Se nos dice, una y otra vez, que debemos protegernos del otro: del vecino, del diferente. En esta lógica, el individualismo se disfraza de virtud, la competencia de mérito y el aislamiento de prudencia. Pero el costo humano de esta cultura es inmenso. En Chile -como en tantos rincones del mundo-, las personas se sienten cada vez más solas, aunque vivan rodeadas de multitudes y pantallas.


Esa soledad no es inocua. Socava la salud mental, debilita la confianza social y enferma el alma colectiva. Los seres humanos no estamos diseñados para vivir solos. Nuestra especie prosperó no por la fuerza individual, sino por la cooperación, la interacción con el otro, el cuidado y la solidaridad. Cuidar no es una función asistencial ni un trámite burocrático. Es un acto profundamente humano, un gesto de reconocimiento mutuo que sostiene la vida en todas sus etapas.


Desde que nacemos dependemos del cuidado, y lo necesitaremos hasta el último día. Pero cuidar —y dejarnos cuidar— es expresión de madurez y de humanidad compartida. Sin este vínculo, no hay bienestar posible, no hay comunidad ni sentido de propósito. Tampoco es un rol que puede seguir siendo un deber impuesto a las mujeres, como si su valor y rol social se midieran por esta entrega impuesta y no reconocida. Cuidar es una forma de habitar el mundo que nos compete a todos: hombres y mujeres, generaciones presentes y futuras. Es una ética que trasciende lo doméstico y alcanza también a nuestro entorno natural. El cuidado del otro y del planeta son inseparables: ambos exigen vínculos sanos, fuertes y recíprocos que devuelvan equilibrio y sentido a la vida común.


El desafío que enfrentamos no es solo construir sistemas de cuidado más justos y universales, sino recuperar una cultura real en este ámbito: una ética cotidiana que nos devuelva la conciencia de que todos necesitamos de todos. Volver a mirar al otro —y al planeta— no como amenaza, sino como hogar compartido.


Quizás el cambio más profundo que podemos impulsar no sea solo tecnológico ni económico, sino fundamentalmente relacional: volver a tejer la red invisible que nos une. Cuidarnos mutuamente y a la Tierra, es la forma más valiente de resistir el miedo y de volver a creer en la vida en común.


Osvaldo Artaza 

Decano Facultad de Salud y Ciencias Sociales 

Universidad de Las Américas

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