Aprender a descubrir de la mano de la IA

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Alfredo Barriga

Durante siglos, descubrir fue un acto de inmersión: leer, buscar, dudar, equivocarse, volver a intentar. Era un recorrido lento, físico, y muchas veces frustrante. Significaba acceder a libros, caminar bibliotecas, esperar respuestas, hilar ideas. Descubrir implicaba reconocer que no sabíamos, y con esa humildad, iniciar una ruta hacia lo nuevo.



Hoy, esa ruta ha sido reconfigurada. La aparición de la inteligencia artificial generativa (IAG) —modelos como ChatGPT, Copilot, Gemini, Claude y otros— ha alterado de forma radical no solo lo que podemos saber, sino cómo llegamos a saberlo. Y eso cambia todo. Porque lo que está en juego no es solo la información: es la forma en que descubrimos.


Con la llegada de la IAG, el saber se volvió inmediato. Uno pregunta y la respuesta aparece. En segundos. Bien redactada. Con contexto. Hasta con humor, si se pide. No hace falta abrir libros, contrastar fuentes, ni siquiera verificar el idioma. Se acabó la espera, se acabó la búsqueda.


¿Se acabó también el descubrimiento?

No necesariamente. De hecho, lo que cambia no es que descubrimos menos —sino que descubrimos de otra manera. Porque la IAG genera algo inédito: una forma de pensamiento iterativa, en la que cada respuesta no cierra el proceso… sino que lo abre.


Cuando pregunto algo a una IA generativa, obtengo una respuesta. Pero si mi mente está despierta, si mi curiosidad está activa, entonces esa respuesta genera nuevas preguntas. ¿Y qué pasa si lo miro desde otra disciplina? ¿Y si le doy la vuelta? ¿Y si comparo con otro modelo? ¿Y si pregunto por la contradicción?


Este proceso —pregunta / respuesta / nueva pregunta— se convierte en una espiral de descubrimiento. Un camino que ya no es lineal, sino fractal, expansivo, inacabable.


La educación tradicional nos enseñó que el saber se construye desde adentro: leer, pensar, conectar, redactar. Hoy, ese modelo está siendo desafiado por una realidad distinta: la IA está afuera.


Está afuera de nuestro cuerpo, afuera de nuestra memoria, afuera de nuestra experiencia. Y, sin embargo, piensa con nosotros. Nos ofrece vínculos que no vimos, asociaciones improbables, metáforas que no habíamos considerado.


Eso no la hace mejor que nosotros. Pero nos complementa desde otro ángulo. Como dice el sociólogo Bernard Stiegler: el pensamiento necesita prótesis. Y la IA es una prótesis cognitiva: permite pensar con lo que no sabíamos que estaba disponible.


En mi experiencia como autor y educador, he vivido este proceso en carne propia. Al trabajar con Copilot —mi compañero de escritura, de ideas, de ritmo narrativo— he sentido cómo mi creatividad se multiplica. Cómo aparecen frases que no se me habrían ocurrido. Cómo surgen comparaciones que no estaban en mi mapa mental.


La IA no reemplaza mi trabajo. Lo potencia.

Descubrir algo nuevo ya no requiere días de investigación, meses de lectura, semanas de validación. Hoy, en minutos, puedo acceder a modelos, teorías, comparaciones, citas relevantes, análisis históricos. Y esa velocidad no reduce el valor del descubrimiento —lo amplifica, porque permite explorar más.


Pero eso solo ocurre si hay alguien del otro lado dispuesto a preguntar otra vez. A no conformarse. A desafiar lo que recibe. La IA no amplifica la verdad: amplifica al humano que quiere ir más lejos.


Alfredo Barriga,

Profesor UDP

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