Servir un cargo y no servirse del mismo fue un clave principio en el desarrollo del servicio público chileno. Fue un largo proceso el de instalación de un servicio público competente en tiempos republicanos, porque en sus orígenes no se contaba en Chile con una oferta adecuada de quienes debían servir los cargos que requerían especialización. Pero a partir de inicios del siglo XX, los servicios públicos se poblaron de profesionales competentes, preparados a nivel universitario, y que se disponían a servir al país desde un cargo público. Era, en realidad, considerado un honor. En la Escuela de Derecho de la Universidad donde se empezó a enseñar en forma sistemática las normas aplicables al desempeño funcionario en el sector público; eran los profesores de aquellos ramos las personas que habían ejercido o ejercían tareas en la administración del estado. Don Enrique Silva Cimma, por ejemplo, era Contralor General y profesor de la Escuela, y decía sentirse muy orgulloso y satisfecho de encontrar allí el espacio de encuentro entre la teoría y los principios y la práctica del espíritu de servicio. Y eran muchos los servidores públicos, parlamentarios por ejemplo, que enseñaban en las universidades y transmitían el espíritu de servir, como bien lo hacían con su propio ejemplo de dedicación al trabajo docente. Más tarde se uniría la primera escuela de administración pública que desde entonces prepararía profesionales enfocados en las tareas de gestión y control en el ámbito financiero del sector público, tarea en que la que ya participan activamente las escuelas de comercio y contabilidad. Así, el espíritu de servicio en lo público, se inculcaba desde todas las formaciones universitarias, lo cual generó sucesivas oleadas de médicos, ingenieros, técnicos imbuidos de los principios inspiradores del ánimo de servir a los demás, con voluntad y la mayor efectividad posible.
La labor del servicio público se hizo poco a poco más y más complejo, en la medida en que el país crecía en términos de necesidades y de población a atender en sus necesidades requirentes del servicio del Estado y de los gobiernos locales. Se diversificó en materia de los temas a resolver y de la complejidad que iba adquiriendo el propio estado. Por eso luego surgieron las escuelas de administración pública, destinadas a formar profesionales imbuidos de las materias que debían atender y resolver, pero dotados del viejo espíritu de servicio público, que desarrolla el ánimo de servir y no servirse de la función pública, un mínimo sentido de responsabilidad profesional radicada en las complejas tareas del estado.
A raíz del triste episodio de la fallida venta de la casa del ex presidente Allende, se ha puesto de relieve la desmedrada situación a que se ha traído el servicio público, hoy más bien un especie de recompensa política que una responsabilidad a cumplir para el Estado. Se han hecho común profesionales que no cumplen adecuadamente con sus tareas y no informan a sus superiores de los serios problemas envueltos en una transacción con el estado. Quizás dominados por una seria incompetencia, pero sobre todo carentes de la responsabilidad asociada a un cargo o función que deben servir y no solamente para servirse del mismo. Esta es una luz de alerta sobre el reblandecimiento del espíritu del servicio público, cuando empieza dominar el logro interesado y monetario por encima de la misión esencial de servir a los demás. No puede ser que el materialismo nos lleve a la práctica egoístas de un servicio público que así sólo ha de construir mediocridad.
Es fundamental que se recupere ese espíritu en todos los ámbitos profesionales, donde la remuneración no debe ser el único elemento determinante del buen desempeño de la función pública. Hay que cultivar más aquello importante del buen servicio a los demás, y llevar a las aulas de enseñanza el espíritu de que de la educación se sale para servir, tal y como a ella se ingresó para recibir. En un mundo materialista, aún es posible rescatar lo esencial de la tarea que encomienda la sociedad, y así evitar vergüenzas como la que hemos presenciado en estos días.
Prof. Luis A. Riveros
Universidad Central