Nada más central al concepto de educación en una sociedad que el mérito. Se le ha intentado demonizar como ingrediente a la vez que resultado de la educación, bajo la acusación de ser fuente de diferenciación y hasta de segregación. Pero resulta innegable su esencia como fundamento del progreso humano a través de la creación y diseminación del conocimiento, formador de un ethos de cumplimiento con una tarea que se inicia. Y, en ese sentido, el mérito es un propósito fundamental en materia educativa a todos los niveles, a la vez que un insumo que permite bien aprovechar la educación recibida. Nos recuerda Brunner en un reciente trabajo: la educación se propone desarrollar un conjunto de habilidades, rasgos de carácter y competencias, las cuales Duckworth (2016) popularizó bajo el término anglosajón de grit: una combinación de pasión sostenida y esfuerzo constante. De eso se trata educar: formar dedicación, crear constancia, desarrollar compromiso con la tarea emprendida; es decir, aquello que la antigua educación chilena tanto favorecía a través de los profesores normalistas. Aquí radica, precisamente, el concepto de mérito: la fundamentación del esfuerzo que está detrás, y que es un concepto bien explorado en la actualidad por los investigadores en educación, pero que ya estaba presente en las reflexiones de Platón y Aristóteles y en la filosofía oriental y, como bien hace Brunner, recordando lo importante que ha sido este principio también en la educación de inspiración alemana.
Es simplemente genial evocar a este respecto, como lo hace Brunner que “Esta filosofía de dedicación plena, permanente, a la tarea culmina al final de la obra con la salvación de Fausto—a pesar de sus crímenes, excesos y vida dispendiosa—momento en que los ángeles cantan: Quien siempre se esfuerza y persevera, a ese podemos salvar”. En realidad esta obra clásica brinda una ilustración que bien describe el mérito, como forma y objetivo de una vida. Por cierto, no todos pueden alcanzar un mismo grado de dedicación y resultados, y de allí la natural diferenciación del logro y el esfuerzo, y un mérito diferenciado. Es cierto que es un camino que se abre, el que podrá ser recorrido con distintas intensidades y resultados, pues esto también depende de las condiciones y capacidades, como asimismo de las oportunidades brindadas para recibir una buena educación.
Todo esto he querido referirlo porque está en la base del otorgamiento de la distinción de Profesor Emérito de la que he sido objeto por parte de la Universidad de Chile, por decisión de su Consejo Universitario. El concepto de Emérito resalta una condición de estar “más allá del mérito”, y reconocer un aporte, un legado. Fríamente: se trata de un profesor que se ha retirado y mantiene sus honores y algunas de sus funciones. Sin embargo, más allá de eso, la distinción como Profesor Emérito representa la culminación de un esfuerzo intelectual tras una relevante trayectoria, que ratifica una vinculación de por vida con la institución universitaria. Sus conocimientos y aportes son por ello honrados públicamente por las universidades en todo el mundo. Más allá del mérito, es una distinción que premia el compromiso con una tarea, una convicción que se constituye en la base de la academia pura.
Es necesario pensar que el otorgamiento de la distinción Profesor Emérito constituye un reconocimiento del aporte que se ha hecho, el cual no culmina con el retiro, sino que continua para seguir contribuyendo al crecimiento personal e institucional. Y es también un reconocimiento a una especie de mérito acumulado, del esfuerzo por adherir permanentemente a una tarea, de dedicación y trabajo que debe servir también como una positiva señal hacia los más jóvenes.
Prof. Luis A. Riveros
Universidad Central