La tragedia de la democracia

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Andrea Gartenlaub

Es interesante observar la forma en que las democracias liberales -aquellas que se construyen con la idea de la representatividad, de la mayoría, y del voto para elegir autoridades- han sido devaluadas, cuestionadas y, de un tiempo a esta parte, condenadas. Como si de allí viniesen todos los males.


Para explicarlo, quizás haya que devolverse a la vieja relación entre democracia y economía, cimentada por el famoso sociólogo alemán Max Weber con su hipótesis germinal acerca de cómo el crecimiento económico de las burguesías fue clave para instalar la idea de democracia en el mundo.


Dicho en corto: a mayor libertad, mejor economía. Durante más de un siglo esa relación fue leída en términos de círculo virtuoso, casi mágico, pero la ciega creencia en su poder fue debilitándose sin remedio tras el auge económico de China y otras autocracias. Y peor, cuando las cosas se ponen cuesta arriba, la democracia será siempre el chivo expiatorio de la economía.


Hace casi 100 años Karl Polanyi lo exponía así: ese “rasgo frecuentemente ignorado, y particularmente trágico para la democracia, que consiste en que haber sido designada responsable de la agravación de la crisis general”.


¿Es culpa de la democracia las alzas en el costo de vida, la corrupción rampante, la mala praxis de los partidos, la recesión global o el cambio climático? No. Pero de todo ello se la ha culpado, a pesar de haberse revelado como un óptimo instrumento de organización; tal vez imperfecto, pero sin duda perfectible.


Al respecto los resultados de Instituto Internacional para la Democracia y la Asistencia Electoral (IDEA Internacional) son enfáticos: la mitad de los gobiernos democráticos del mundo están en declive. Existe una patente desconfianza hacia a las instituciones, dudas acerca de la legitimidad de las elecciones, aumento de la polarización política y constantes amenazas a las libertades civiles. La cantidad de gobiernos autoritarios es más del doble que la cifra de países con regímenes democráticos.


Puestos en ese escenario de crisis, la pregunta acerca de la democracia es cualquier cosa menos banal. Sobre todo, en la medida que nos lleva a pensar de qué forma valoramos nuestras libertades. De aquí la importancia de continuar y persistir en el proceso constitucional chileno. De ahí la necesidad de seguir creyendo en la democracia, como la única salida a las crisis de la cual la culpamos.


¿Cuál será el destino de los gobiernos democráticos en la próxima década? ¿Continuarán o desaparecerán? Detengámonos un momento y pensemos en ello cuando nos quejamos de lo frustrantes que a veces parecen los mecanismos democráticos. ¿Sería mejor vivir sin ella? No, definitivamente.



Andrea Gartenlaub, Académica investigadora Observatorio de Nueva Ciudadanía Universidad de Las Américas.


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