Criar en la abundancia

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Pia Bartolome (1)

Una empresa familiar surge con un fundador/a y una necesidad que puede ir desde la más básica hasta la más altruista de ser un aporte al mundo (y todas las combinaciones posibles en el medio). Luego, con su ingenio, trabajo duro, perseverancia y una cuota de gracia, consigue si todo sale bien, construir un “legado empresarial”. 


Ahora bien, transformarse en una familia empresaria se gesta en la cuna. Lograr que cada uno de sus miembros cumpla, responsablemente, su rol para transferir su patrimonio a través de las generaciones no parte cuando el fundador/a está listo para suceder, sino en los inicios de la familia con sus hijos e hijas.


Por eso hablamos de la crianza, la cual debe ser siempre compartida, ya que hay roles diferenciados y complementarios. Cuando hablamos de transferir un legado, un patrimonio, no debemos pensar solo en marca, fierros, activos, capital financiero, sino en aquello que lo hizo exitoso cuando no tenía más que una idea: el sentido de propósito que le dio la pasión y los valores que le dieron el prestigio. Aquí aparecen la rectitud, integridad, excelencia, generosidad, entre otras muchas virtudes que esperamos escuchar en los relatos de grandes empresarios.


Esas competencias que fueron forjadas en el padre o madre, producto de las dificultades a las que se vieron enfrentados, no son fáciles de formar en sus hijos en un contexto donde todas sus necesidades y caprichos pueden ser fácilmente cubiertos. En condiciones normales son “las vicisitudes de la vida” las que se encargan de forjar el carácter, pero cuando se vive en la abundancia, se deben hacer esfuerzos distintos en la crianza. 


Como padres queremos evitar el dolor y los sucesos adversos, tan necesarios e importantes en el desarrollo de nuestros hijos. Frases como: “no quiero que mi hijo pase por lo mismo que yo” o “quiero darle a mi hijo más de lo que tuve”, vienen cargadas de un “buen deseo” válido y justificable, pero pueden conducir al desastre. Darles todo lo que quieren, no exigirles lo debido o hacer las cosas por ellos, les hace daño. 


La familia es la empresa más importante y, como tal, requiere de visión, estrategia, objetivos claros e iniciativas realistas. Queremos que nuestros hijos e hijas tengan los recursos y herramientas para enfrentar los desafíos de la vida, que sean esforzados, con dominio propio, con una sana identidad y tolerantes a la frustración. En este contexto, la sobreprotección queda prohibida y sí hay pautas que nos pueden ayudar:


1) La presencia del fundador/a a través de una relación cariñosa con sus hijos, que provea de una imagen positiva, que genere lazos fuertes y que los integre al negocio de forma natural. (2) Educar en el uso del dinero, dando una mesada incompleta que incentive a la acción y que deba rendir cuentas de su administración. (3) Promover el esfuerzo y el trabajo, realzando el esfuerzo por sobre los resultados, invitándolos a trabajar en el negocio en forma recreativa o remunerada, celebrar los triunfos y gozar de los resultados. (4) Cimentar el “capital relacional” en la familia, destacando las relaciones complementarias que permiten incentivar la cooperación y la sana competencia, no comparando, ni haciendo alianzas. (5) Promover la libertad, apoyar acciones creativas, estimular la perseverancia y brindar contención en actividades riesgosas, aunque sean pequeñas.


Convertirnos en una familia empresaria transgeneracional requiere poner en práctica el ya conocido proverbio: “no les des pescados a tus hijos, sino enséñales a pescar”. 


M. Pía Bartolomé V.

Psicóloga, Máster en Comportamiento del Consumidor


Gerenta de Proyectos Proteus

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