​El poder de las conversaciones de convergencia

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Pia Bartolomu00e9


Las “conversaciones” tienen un lugar central en nuestras vidas. En todo tiempo y lugar, de las formas más variadas y con las personas más diversas. En estos días, en el proceso constituyente y en nuestro quehacer cotidiano: en las comunidades, en las organizaciones, en las familias, en fin, en cada interacción con un otro. Es en este intercambio de quienes somos, reflejado en palabras, silencios y gestos, experimentamos la posibilidad de encontrarnos y cambiar. Impresionante es el poder que tienen las conversaciones para construir, destruir, unir y/o separar.

“Si son familia, les debe resultar más fácil”, es lo que escuchamos comúnmente de quienes no forman parte de las familias empresarias, al referirse a ellas. Sin embargo, demasiadas veces la familiaridad y la cotidianidad en la que viven los miembros de una familia no necesariamente hace que fluyan las conversaciones de convergencia (término creado por el profesor de Babson, Dr. Timothy Habbershon) con la misma naturalidad. Dicho de otra manera, el vínculo y la cercanía de encontrarse en los pasillos de la casa o en la mesa de comedor para el desayuno no asegura que se aborden los temas que deben ser resueltos. Por el contrario, hace que sea más difícil desafiar los supuestos y expresar los disensos, por sutiles que esas diferencias pudieran parecer a externos.

En las familias y en particular en las empresarias “siempre está pasando algo”. Siempre hay algo nuevo o pendiente que debe ser conversado. Paradojalmente, conversar nos cuesta y particularmente cuando esas conversaciones implican enfrentar posturas diferentes o temas postergados por años. Lo que sucede es que las familias asumen que resolverán los detalles del “trabajar juntos” en el tiempo, pensando ingenuamente que “en el camino se arregla la carga” lo que constituye una fórmula para el descontento y el conflicto. Se requiere valentía, preparación y una serie de cualidades y condiciones para conversar de aquello que nos cuesta.

Una buena pregunta que debiéramos hacernos como familia y más aún si formamos parte de una que comparte un patrimonio y un negocio es: ¿acerca de qué debiéramos estar conversando? Las respuestas son variadas: acerca del dinero en todas sus aristas, de los roles a cumplir, de los requisitos y condiciones, de las siguientes generaciones, del apego y responsabilidad con lo que es o será propio, de la sucesión del patrimonio y roles, de reemprender y diversificar, de la transmisión de los valores, del propósito, de la reputación e identidad, de cómo educar a los que vienen, de cómo impactar positivamente en nuestro entorno y comunidad, de los padres fundadores y su bienestar cuando ya no estén tan activos y tantas otras cosas que preocupan.

Pero los temas no se resuelven en una hora, se requiere tiempo compartido para que todos expresen sus opiniones, se escuchen activamente las otras visiones, se expliciten los modelos mentales y comprendan al otro y, entonces, llegar a converger y algo más interesante aún: ¡ampliar su rango de posibilidades de acción! Por eso, más que una conversación de convergencia, se trata de una trama de conversaciones convergentes que se van sucediendo en el tiempo unas a otras y desde distintas perspectivas.

Las conversaciones de convergencia, por su complejidad, frecuentemente requieren de la ayuda de mediadores que ofrezcan estructura, formalidad, intencionalidad y neutralidad, permitiendo avanzar en la resolución de los temas con el debido cuidado del proceso y de las personas. Independiente del tema y la deriva que ocurra, si las conversaciones se hacen con amor, respeto por la diferencia y aceptación del otro, como diría Humberto Maturana, todo resultará bien. Atrevernos a conversar desde el amor, siempre nos permitirá converger hacia soluciones empáticas, sabias y generativas de más amor, prosperidad y armonía.


M. Pía Bartolomé V.

Psicóloga, Máster en Comportamiento del Consumidor

Gerente de Proyectos Proteus

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