​Chile y el Zarismo

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Alain Marchant (Columnista OK)


Comenzamos un 2020 en Chile caliente en todo sentido. Tenemos un clima que se torna más difícil de aguantar, con altas temperaturas, incendios, y al parecer con una sequía que no da tregua. Pero tampoco nos da tregua la situación social y económica del país. Polarizado, asustado, pero por sobretodo, sin soluciones reales, paralizado en todo sentido y secuestrado por minorías exacerbadas en todas las esferas, sin ganas de transar en nada. Los políticos y gobierno que, en su momento, con el acuerdo alcanzado en medio de la tempestad mostraron luces de que algo mejor se podía lograr, fue sólo una pequeña brisa que fue sofocada una vez más por egos y delirios de poder o miedo a perderlo. Esto me recuerda al último zar ruso, Nicolás II y la revolución que le siguió. Nicolás II, al igual que Piñera, estaba aferrado a una idea de país obsoleta para la época, pero por sobretodo, sin conexión con el mundo real, con su pueblo que moría de hambre y asesorado por una elite que no quería perder control, poder ni su comodidad. La cantidad de malas decisiones de Nicolás II llevó a un pueblo que tenía un gran respeto a la figura del Zar, pues era como el padre protector de la nación, a perder fe y empezar a rebelarse y escuchar a las voces disidentes. Nicolás II tomaba decisiones sin sentido, buscando la popularidad, calmar los ánimos de los más revolucionarios y mantener tranquilos a los miembros de su corte. Así fue que se devino la debacle entrando en guerras sin sentido, incluso conduciendo él las tropas en la primera guerra mundial, siendo que no tenia ni experiencia ni inteligencia militar para hacerlo. Como conclusión, termina abdicando y entregando el poder a un soviet y a los más exaltados en los cuales estaba Trotski y Lenin. Cabe recordar que Lenin termina tomándose el poder dado que su partido, los bolcheviques, no obtuvieron la mayoría en las elecciones de la asamblea constituyente. Así, en la actualidad, Piñera deambula sin un norte ni agenda política y ha sido incapaz de poner orden, estabilidad y dar en el clavo en las decisiones correctas. Quizás por ego, quizás por estar mal aconsejado, quién sabe. Lo sabremos de la pluma o boca de los que escribirán este capítulo de la historia en los próximos años. Por el momento, estamos viviendo la gran masa de los chilenos la tiranía de las minorías que pueden, desde parar una prueba, filtrar su contenido, hacer marchas sin permiso y generar bloqueos de carreteras en total libertad sin miedo a tener ni una multa siquiera. Se ha quitado poder a carabineros para reestablecer el orden, pero por sobretodo se les ha perdido el respeto. En eso no hay que culpar sólo a la primera línea. Recuerden como muestra, que el diputado Girardi llamó en su momento a Javiera Blanco para evitar un parte y declararse molesto y exigir que se reprimiera a los oficiales que lo multaron. Como él, generaciones de chilenos creen que las leyes no se aplican a ellos, que se está por sobre éstas o que siempre hay una justificación para que no se aplique algo. Estacionar donde no se debe, doblar donde no corresponde, no pagar una cuenta o pensiones alimenticias, pedir un favor, una “paleteada”, saltarse el sistema. En otros países levantarle la voz o insultar a un policía es mérito para arrestarlo, pero no aquí. Aquí todos están por sobre ellos. Tenemos una nula cultura del deber, del cumplir, de las responsabilidades. Pensamos más en los feriados y días sándwich y asados que en leer o cultivar un hobby. El tiempo es para memes y banalidades, pero no para el razonamiento critico o la cultura. Porque la internet la usamos para ver el último video divertido, no la última charla TED. Sumemos a esto descontrol, resentimiento acumulado y nula empatía por un ciudadano común desencantado, sin esperanza y con una juventud antisistema que creció con todo y que cree que puede exigir todo. Añadimos la invención de enemigos externos (pues es más fácil que la responsabilidad propia) como “empresarios” o “elites” y “gobiernos” y “estado opresor” y tenemos la tormenta perfecta. Eso sumado a lo ya expuesto de ineptitud para gobernar de Piñera sin querer asumir ningún costo personal y los políticos atrincherados y haciendo sus movidas para no soltar su poder, nos lleva a un futuro poco prometedor. El costo lo tendremos que pagar por décadas los que nos levantamos a trabajar cada día y pagamos impuestos ya sea con 45 o 40 horas, sin subsidios ni beneficios del estado, porque somos ricos para el estado y pobres para un banco. Así, el costo de un estado cada vez más obeso y del cual de cada 1.000 pesos de impuestos nos llegará al ciudadano solo 200 o 300 es alarmante. El botín es suculento para izquierda y derecha. Suculento con un sistema sin fiscalización y con bajas penas. Se requiere un cambio, pero es ingenuo pensar que se generarán cambios desde una cultura de aprovechamiento transversal y con actores principales que, por decisión propia, tienen que dejar posiciones de privilegio tan cómodas y otros tan hambrientos y envidiosos de apoderarse de ese poder para tenerlo ellos. Hay que prepararse para un país de impuestos y poca distribución, pero con otras caras. Briones ha sido el único actor consecuente y medido, que ha sabido poner algo de luz, colaboración y empatía. Esperemos que ese impulso dure para cambiar en el sentido y dirección que corresponde. Sin embargo, la reflexión al lector es si esté el también dispuesto a abandonar ese pensamiento de aprovecharse y de poca empatía. Medítelo antes de doblar en segunda fila o acelerar porque vio al que quiere cambiar de pista en vez de ayudarlo. El país lo construimos con simples actos.


Alain Marchant

europapress