|   | Luis Riveros | 
El estallido de Octubre pasado sorprendió al país, aunque en gran medida era algo que se podía anticipar en diversos escenarios. En su origen se trató de un estallido social, que radicó en el descontento que distintos sectores de la ciudadanía manifestaron por diversas causas.
A la ciudadanía le cuesta entender los hechos de violencia que afectan negativamente su vida, y cuya evolución depende de decisiones que debe adoptar la autoridad.
Los políticos nos han acostumbrado a apreciar su actividad como actos continuos de populismo, una práctica que no mira condiciones y resultados objetivos, sino que privilegia la propaganda. Las propuestas populistas a menudo desprecian las opiniones y fundamentos técnicos, puesto que para ellos se debe solamente maximizar el impacto en imagen, y ciertamente en resultados electorales.
El desempleo constituye un serio problema en cualquier época para una sociedad. Es un resultado natural del estrechamiento de la actividad económica, como sucede con la pandemia que actualmente nos afecta y que lleva a un significativo deterioro en materia productiva.
Están muy claros los perjuicios que causa la suspensión que ha vivido la actividad del sistema escolar y educativo a todos los niveles. Están, desde luego, los perjuicios propiamente académicos, dado que en un gran número de casos hay ausencia de contacto suficiente del alumno con el sistema educacional, y eso provoca aprendizajes con severos retrasos respecto de la formación que debería estarse entregado.
La violencia no es modo de entendernos como sociedad. Siempre han de existir apreciaciones distintas y diversas propuestas respecto a nuestra problemáticas- Pero recurrir a la violencia para imponer esas ideas no es siquiera una vía de solución, sino que es el camino para profundizar las diferencias, alejar la posibilidad de salidas de entendimiento, y crear confusión y dolor entre las víctimas. Chile ya ha pasado por muchos episodios de dolor a lo largo de su historia, incluyendo guerras civiles y golpes militares.
El cambio de gabinete realizado el día de ayer contiene mensajes de dulce y de agraz. Por cierto era una medida que se anticipaba, dado que sobre el gabinete saliente pesaba la crítica sobre su débil su manejo político y en lo relativo a seguridad interna. Se ha dicho que el nuevo gabinete ha sido una forma de restaurar la unidad del conglomerado de gobierno, y de solucionar, además el problema que se percibía en Renovación Nacional divida como se observaba en dos sectores en pugna.
La ciudadanía sufre gran desorientación bajo la égida de ambiguas señales por parte del quehacer político. Los anuncios se tropiezan unos con otros, mientras que los debates de política pública son nebulosos, con argumentos generalmente parciales y sometidos a visiones puramente ideológicas.
Ya es un lugar común decir que la clase política “no da el ancho”, especialmente frente a las graves circunstancias que afectan al país y al mundo. Los conglomerados políticas están Inundados de discursos populistas, de airadas manifestaciones de inconsecuencia y de gran ignorancia en materias técnicas y políticas; ni siquiera se atreven a escuchar las voces de expertos.
La clase media chilena ha sido un segmento importante de la sociedad chilena, que constituyó ni más ni menos que el eje central de las políticas públicas a partir de los años 30.