Alfredo Barriga



Alfredo Barriga

El reciente anuncio de Facebook de lanzar una criptomoneda para el año 2020 va a remecer al sector financiero mundial, por las siguientes razones.

Este año desapareció la agenda digital. Los términos “digital”, “tecnología”, “tecnológico” aparecen varias veces, pero acotados a muy pocos temas concretos, en los cuales además hay pocas iniciativas y resultados a la vista.

Y que lo que han puesto en el debate poco tiene que ver con la realidad a la que se enfrenta el trabajador del siglo 21.

La “Ley Uber” pasó su último trámite legislativo (aunque no el final) sin votos en contra y solo una abstención.

Es una lástima que la clase política no haya aprovechado la oportunidad para entender lo que es la economía colaborativa. Se considera a Uber una empresa de transporte privado, de igual forma que en su momento se considerará a AirBnB como una empresa hotelera o a Ali Express como un retail.

No es sorprendente que la primera incursión de la Iglesia católica alrededor del uso de las tecnologías que hay detrás de la cuarta revolución industrial sea sobre los límites éticos que se pueden traspasar. La edición genética y reparación exitosa de un embrión para inmunizar contra el VIH puso a la humanidad ante la realidad de hasta dónde pueden llegar estas tecnologías. Las posibilidades ciertas de que robots, algoritmos y sistemas autónomos se vean ante situaciones con una alta componente ética es también una muy buena razón para promover la discusión y fijar parámetros que – es de esperar – no se traspasen.

La tributación de la economía digital debe fortalecerla, no debilitarla. Nadie discute a estas alturas que esta será la economía prevalente en un futuro muy cercano. Por ello se debe comprender mucho mejor en qué consiste. Una política fiscal que debilite la economía digital empobrece al país, y con ello se resiente también el fisco. Por eso, plantear una política fiscal focalizada solo en la recaudación es miope.

Las personas que hoy realizan labores repetitivas deberían ser reconvertidas a labores creativas. Quienes hoy son administrativos – que no generan valor - deberían pasar a ser gestores – que generan valor. Suprimir trabajadores sin más solo empeorará la desigualdad y la prosperidad de la sociedad como un todo.

La fe no es un proceso intelectual. Es un proceso de encuentro con un ser supremo. El intelecto es una de las potencialidades que tenemos para llevar a cabo ese proceso, pero no es la única. Reducirlo todo a lógica es no entender la naturaleza del ser humano ni la naturaleza de ese ser supremo. Es intelectualizar un concepto, que no lo resuelve ontológicamente.

2018 fue el año de la toma de conciencia por parte de la sociedad de que la revolución industrial 4.0 es en serio.

Alimentar, vestir, educar y entregar salud y un lugar decente donde vivir a toda esa población generaría el mayor crecimiento económico que haya registrado jamás la humanidad. Hacerlo supone desafíos gigantescos, pero hoy están más asequibles gracias a la revolución 4.0