Estas elecciones se han dado entre dos formas muy claras y definidas de ver a la sociedad. Si simplificamos en los candidatos, tuvimos a un conservador —el flamante nuevo presidente— y a una comunista. Es verdad que ambos representan en segunda vuelta bloques más amplios, pero no cabe duda de que, llegando al poder, la forma de entender la democracia para una comunista está más cerca de Cuba, que de las democracias occidentales. Dejando de lado la torpe validación que ha hecho nuestro país del Partido Comunista: ¿qué nos dice que dos opciones tan contrapuestas hayan llegado, por segunda vez, al balotaje? (nótese que este fenómeno se repitió en la elección del presidente Boric).
Lo primero es que la amistad cívica solo se da en la élite. El país está enfrentado y solo acepta dos visiones de la realidad: claras, nítidas y contradictorias. La segundo es preguntarse: ¿por qué ha ocurrido este fenómeno? Creo que lo que ordena —o desordena— al país, como en su tiempo lo hizo la dictadura de Pinochet, es lo acontecido después del viernes 18 de octubre de 2019.
La pérdida del rumbo de la centroizquierda es la clave para entender lo que pasa y pasará en Chile. El país perdió el rumbo con Bachelet 2 y, luego, vino el proyecto «revolucionario» del Frente Amplio y el Partido Comunista. Las protestas masivas contra el expresidente Piñera —un verdadero golpe de Estado—, sin embargo, no representaban más gente que la que votó por el candidato Guillier. A pesar que el país había elegido al presidente Piñera dos años antes, la democracia fue reemplazada por hordas que destruían y quemaban las calles. Todo ello validado por una prensa irresponsable. Ese fue el momento del parto de los dos Chiles, aunque «las criaturas» habían sido concebidas antes.
El país se sumó a esta revolución, pero al poco andar la ciudadanía se dio cuenta que las reformas llevadas a cabo por Bachelet 2 y, por este gobierno, eran un verdadero desastre. El dique institucional sobrevivió en su último momento de sobrevivencia. La reforma educacional fue vergonzosa, pese a todas las advertencias realizadas al gobierno de Bachelet incluso por centros de izquierda. Igual suerte corrió la reforma tributaria (que se supone que iba a recaudar un 3% del PIB, sin afectar mayormente el crecimiento), a lo que se sumó por cierto el exceso de regulación. El tratamiento de la delincuencia, confundido con la violación de los derechos humanos, nos sumió en la inseguridad. La reforma a la salud de Bachelet fue un desastre de proporciones (se han generado unas colas de espera nunca vistas en el país), sin lugar a duda alguna, la gente estaba mejor con un sistema general de Isapres, que con una salud en manos del Estado. Las fallas en el actuar del incendio de Valparaíso y la nula reconstrucción. Las finanzas públicas se han manejado irresponsablemente, en la época de Frei el país creció un 5,45% con la crisis asiática y un precio del cobre de 1 US la libra de cobre. En este gobierno, el precio del cobre ha alcanzado el récord histórico de 5 US la libra, con el segundo peor crecimiento desde la vuelta a la democracia (sólo superado por Bachelet 2), sin ninguna crisis de por medio, y, además, los Fondos Soberanos cerraron el 2024 con un 40% menos que años anteriores (este último tema no es menor). Lo último es muy grave en un país sísmico, como Chile, y, se podría seguir al infinito.
Por anterior, no es de extrañar la caída del centro: hay una parte importante del país que percibe el engaño. El Chile mejor más desarrollado e igualitario, trajo un Chile más pobre, y ello se le atribuye sobre todo a la centroizquierda, aunque también a la centroderecha, ambos conglomerados fueron incapaces de defender sus ideas. La centroderecha dejó solo al presidente Piñera para el 18 de octubre, a quien no le falló el olfato cuando estimó que estábamos frente a una “guerra”, desde que había una intervención concertada para realizar atentados en todo el país. Pero, el famoso dique de protección a la democracia se rebasó por la socialdemocracia. La izquierda democrática, a partir de la Nueva Mayoría el 2013, comenzó este proceso de descomposición de la democracia al admitir al Partido Comunista y, luego, asociarse con el Frente Amplio.
El presidente Kast ha sido el que mejor ha leído este proceso, por cuanto su eslogan de campaña apunta a un proceso de «reconstrucción», recoge lo que percibimos los chilenos: un país destruido, o gravemente afectado en su futuro. Aproximadamente el 60% de los chilenos piensa algo parecido a esto, pero un 40% vota por una candidata comunista, y seguramente lo hará en el futuro. Esto último es preocupante y le pone una presión no solo a Kast, sino en sus eventuales aliados.
Rodrigo Barcia Lehmann
Abogado, doctor en Derecho y magíster en Economía