Durante años, hablar de la presencia de mujeres en los directorios se centró en una cifra: cuántas somos. Hoy esa conversación debe evolucionar. No se trata solo de ocupar un asiento en la mesa, sino de qué perspectiva aportamos cuando estamos ahí, qué decisiones ayudamos a tomar y cómo contribuimos a construir organizaciones más humanas, sostenibles y competitivas.
A medida que las compañías enfrentan un entorno más incierto, desde disrupciones tecnológicas hasta crisis de confianza y demandas sociales por mayor transparencia, se hace evidente que los directorios necesitan algo más que experiencia técnica. Requieren pensamiento estratégico, visión de largo plazo, empatía, capacidad de diálogo y una comprensión profunda de cómo las personas, la tecnología y el propósito se entrelazan en el éxito de una organización.
Y esas son, justamente, habilidades que las mujeres hemos desarrollado y perfeccionado muchas veces desde otros espacios: gestionar la complejidad, integrar visiones distintas, mantener el foco sin perder la sensibilidad por el contexto.
Sin embargo, alcanzar posiciones de alta dirección aún exige romper una serie de barreras culturales y mentales. Una de ellas es el sesgo de “semejanza”: esa tendencia inconsciente a elegir para los cargos de liderazgo a quienes se parecen a quienes ya están. Por eso, la verdadera inclusión no se logra con cuotas ni con discursos bien intencionados, sino con un cambio en la forma en que entendemos el liderazgo.
Necesitamos directorios que valoren la diversidad cognitiva: diferentes formas de pensar, de analizar riesgos, de resolver conflictos y de construir consenso. Cuando eso ocurre, las decisiones son más robustas y las empresas más resilientes.
Pero la inclusión también demanda una mentalidad activa de parte de las propias mujeres. Llegar a un directorio no es solo una meta profesional; es un compromiso con una manera distinta de ejercer un rol. Supone aprender a sostener conversaciones difíciles con respeto, a influir desde la colaboración y no desde la imposición, y a mirar el negocio desde una perspectiva integral, que equilibre rentabilidad y propósito.
Las mujeres que aspiran a estos espacios deben prepararse en tres dimensiones.
Primero, en conocimiento técnico y estratégico: entender la industria, los indicadores financieros y los riesgos emergentes, como la inteligencia artificial o la sostenibilidad.
Segundo, en liderazgo adaptativo con pensamiento crítico Y tercero, en gobernanza ética: comprender que las decisiones que se toman en un directorio afectan vidas, comunidades y futuros.
Incluir más mujeres en los directorios no es un gesto de equidad, es una estrategia de competitividad. Las empresas con mayor diversidad de género toman mejores decisiones, gestionan mejor el riesgo y atraen talento más comprometido. Pero sobre todo, se preparan mejor para el mundo que viene: uno donde la confianza, la innovación y la sostenibilidad serán los verdaderos indicadores de éxito.
El liderazgo femenino no busca reemplazar, sino complementar. No pretende imponer una visión distinta, sino ampliar la mirada.
Porque cuando las mujeres llegamos a la mesa, no solo ocupamos un asiento, ayudamos a redefinir la conversación.
Carolina Pérez Echeverría
CEO Foresight Consulting y Directora de empresas