La confianza no es un sustantivo, a lo menos no en la práctica. La confianza se construye pasito a pasito y con otros. Aunque suene romántico hablar de confianzas absolutas, tirarse al vacío es muy poco práctico. Más real y especialmente esperanzador, porque se trata de un camino progresivo y compartido, es pensar en pérdidas aceptables y acuerdos que construyen los eslabones del puente de la confianza.
Una declaración de confianza como algo absoluto, solo te da dos posibilidades: confiar o no, sin intermedios. O sea, tomo todo el paquete completo o nada, lo que reduce nuestra libertad. Por el contrario, si nos asumimos en un proceso de crear confianzas junto a otros, el rango de posibilidades aumenta hasta casi el infinito.
Como parte del proceso de construcción de confianzas hay dos preguntas clave. La primera es ¿cuánto estamos dispuestos a perder? Nadie quiere perder ni desilusionarse, pero sabemos que sucederá y muchas más veces de lo que quisiéramos. Sin embargo, como en las buenas apuestas, podemos arriesgar hasta un punto en que es tolerable y en la medida que nos permite evaluar si queremos seguir adelante, y que incluso en caso de perderla, habrá valido la pena.
La segunda pregunta es ¿cuáles son los temas que, conversando y llegando acuerdos, nos posibilitarían dar el siguiente paso de la confianza? Aunque el rango es amplio y dependerá de los involucrados, en el caso de las familias empresarias son esenciales los acuerdos en torno a las buenas prácticas de gobernanza, la creación de una institucionalidad respetada, los protocolos familiares; tres aspectos, especialmente relevantes en el contexto obligado de los procesos de sucesión.
En este contexto, resulta muy arriesgado creer que los demás piensan y sienten como uno y harán tal o cual cosa en coherencia. Más efectual y creativo es construir caminos que generen espacios de conversaciones y nuevos acuerdos que vayan posibilitando que la confianza vaya tomando cuerpo con ese confluir y que se despliegue gustosa por los vaivenes de la vida.
Recordemos a los clavadistas de Acapulco, solo decir que saltan al mar desde 35 metros de altura es muy insuficiente. En cada clavado usan todo su conocimiento y experiencia para reconocer el momento preciso en que la ola tiene la mayor altura, el viento los acompaña y su cuerpo fluye como resultado de muchas horas de entrenamiento. Cada salto se prepara paso a paso con inexorable disciplina e inescrutable paciencia, como una majestuosa obra maestra, igual que la confianza.
Celebremos la primavera con confianza en gerundio y asumiendo la co-responsabilidad propia de ese proceso, así podremos saltar juntos al mar, confiando.
Gonzalo Jiménez Seminario
CEO Proteus Management & Governance
Profesor de ingeniería UC