El nuevo año escolar

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No cabe ninguna duda que el año 2020 se constituyó en una verdadera catástrofe con respecto a la educación de los más vulnerables. Éstos, sometidos a la amenaza del contagio con el COVID19, estuvieron esencialmente desvinculados del proceso de aprendizaje y del sistema escolar. Otros tuvieron la oportunidad de desarrollar su aprendizaje en línea, que es, en todo caso, un sustituto imperfecto para brindar educación ya que se deja de lado el crucial contacto personal con el profesor y con los compañeros de curso. Y todavía existen dudas respecto de la eficacia del aprendizaje obtenido en línea, puesto que hay mucho todavía que aprender para el buen ejercicio docente usando la tecnología disponible. En las propias universidades, donde la experiencia fue aparentemente exitosa, existen serias dudas sobre el aprendizaje real adquirido a través de las plataformas, y del escaso nivel comunicacional efectivo logrado en el desempeño docente. Pero, sin embargo, la experiencia revela que la educación 100% en línea fue un adecuado sustituto, aunque, imperfecto, y todo pronostica que se volverá a una educación semi-presencial, que use las ventajas que conlleva el uso de la tecnología asociada a la comunicación más cercana que logra la clase presencial.

Pero los niños y jóvenes provenientes de sectores más vulnerables enfrentan una realidad más difícil. Muchos sin acceso a internet o sin disponer de un dispositivo adecuado, o aún sin un espacio propicio dentro de su hogar para seguir la actividad en línea. Las universidades hicieron grandes esfuerzos por apoyar a sus estudiantes en las necesidades que representa el uso de la tecnología, pero eso parece no haber sido el caso de los niveles básico y medio. En este caso, los niños tuvieron contacto muy esporádico y discontinuo con la entidad escolar, usualmente a través de guías de ejercicio que podían completarse por internet. Pero, aún así, muchos no tuvieron ni siquiera contacto con el centro escolar ni sus profesores, y mucho menos con sus compañeros, constituyendo un tema muy fuera de las decisiones pedagógicas y del esfuerzo del profesorado. Habrá todavía que sacar muchas lecciones de esta crucial experiencia del año 2020 en educación. Todavía se recuerda el debate de hace algunos años en torno a que sería mucho mejor que gastar en subsidios a la educación superior, el proporcionar un laptop y conexión a internet a todos los niños de Chile.

La cuestión es que la pérdida de un año de educación, como lo ha sido el año 2020, ha afectado en forma ostensible a los más pobres. Los sectores más acomodados, por el contrario, pudieron desarrollar su año escolar en forma relativamente efectiva, con todas las limitantes enunciadas. Pero la brecha socioeconómica que se ha creado, y que multiplica a la que viene existiendo desde hace muchos años, es francamente impresentable. Este es el tema central respecto del debate acerca de si volver o no a la actividad presencial. Es evidente que ella envolverá riesgos, tal y como lo ha sido para la labor de bomberos, o del personal de salud, de aseo o del comercio. Pero no se han dejado de hacer estas actividades tan esenciales, como también lo es la educación, aunque en este caso es una actividad aún más trascendental en una perspectiva de largo plazo. No hay que imaginar mucho para enunciar riesgos y trabas al inicio efectivo de un año escolar presencial; pero cuesta mucho seguir justificando la discontinuidad de miles de niños y jóvenes cuyo futuro se ve seriamente comprometido.

Lo más razonable es que ésta sea una decisión que tomen las familias que son, al fin y al cabo, las que mejor pueden evaluar las situaciones de riesgo envueltas. Estas incluyen el riesgo de contagio que se lleve de vuelta a casa, requiriendo protocolos a nivel del hogar que minimicen la posible propagación. Los profesores y el personal de educación están siendo vacunados como una prioridad para el país, lo cual efectivamente va en la dirección correcta para poder iniciar un año escolar presencial a lo largo del país, considerando las eventualidades que puedan surgir en su desarrollo. Las oposiciones a esto, que provienen del ámbito sindical, tienen que reconocer que se está perjudicando a la población más vulnerable. Es evidente que prima en este punto de vista un cierto rechazo a la idea de “normalidad” y la espera de nuevas protestas masivas y violentas, que pondrán también en riesgo a los niños trasladándose a sus centros de educación. Los profesores tendrán que hacer esfuerzos mayores para brindar una educación acogedora sin perder de vista los acontecimientos sociales. Deberán también ponerse al día en la tecnología disponible, ya que un proyecto país debe considerar la incorporación de tecnología a la educación, especialmente de los más pobres, proveyendo el instrumental y las mejores capacidades humanas.


Prof. Luis A. Riveros

europapress