Anónimos libertinos

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Javier Fuenzalida A

Ha sido usual por muchos años que las opiniones y debates en los medios de comunicaciones, revistas, diarios, radio, tv, conferencias y otros, se identifican con sus autores. Los intelectuales, literatos, músicos, artistas hacen públicas sus obras y contribuciones debidamente individualizados. Una regla no escrita es que los medios de comunicaciones no publican anónimos.


El panfleto impreso ha sido un sinónimo de algo dudoso. Una copucha. Su fuente es ambigua: dicen que…, me contaron…, todos piensan y comentan… Hoy ya no panfletos de papel, sino que ha sido sustituido por los mensajes virtuales a través de las redes sociales. Sabemos que sus contenidos muchas veces son falsos. Ahora se les denomina fake news como si el inglés le otorgara alguna credibilidad.


La llegada de la informática, internet y la inteligencia artificial y lo que siga hacia adelante, ha producido un cambio sin límites en el intercambio de mensajes. El panfleto digital

En 1990 surgió la idea de las redes sociales. El primero surgió en 1997, SixDefrees.com que llegó a tener 3.5 millones de usuarios. Su característica esencial es que su transmisión es gratuita. Suman hoy día más de 150 redes sociales conocidas. No sabemos cuántas más hay en China, en Rusia ni en países de bajo nivel de desarrollo. Las más utilizadas son Twitter, WhatsApp, Facebook, YouTube, Instagram, Telegram y algunos otros. Se estima que existen cerca de 3.800 millones de usuarios, la mitad de la población del mundo emitiendo billones de mensajes diarios. El uso de celulares como medio ha hecho posible un crecimiento anual de 9.2 %.


La mayoría son anónimos. Personas que suben a la red mensajes, fotos, videos que se viralizan. No pocos medios convencionales han creado tímidamente secciones para desmentir contenidos detectados como falsos. Labor costosa por cuanto requiere un equipo que se dedique a verificar fuentes de lo que se afirma, pero que imposible verificar miles de billones de mensajes diarios. No se llega ni a un millonésimo de 1 %.


La inteligencia artificial permitió el surgimiento de grandes empresas como Facebook, Alphabet Inc. (Google), entre las más conocidas que ofrecen gratuitamente el servicio de mensajería a quienes se registran. ¿Altruismo? No porque es una forma gratuita de recopilación de información sobre los usuarios que la procesan y venden en forma de

metadatos envasados, a gusto de sus clientes, productores de bienes y servicios que los utilizan a su vez para ofertar bienes y servicios en forma casi personalizada a esos millones de personas. Es por ello que, para obtener información infinita, su condición esencial es mantener en secreto la información extraída de los usuarios.


No les interesa publicitarlo porque el negocio es otro. El reciente caso de bloqueo de la cuenta Twitter del expresidente Trump fue una excepción, al igual que el bloqueo a las FARC porque contenían una incitación a la violencia o al deterioro del estado de derecho. Pero no hay duda de que hay muchísimos Trumps ocasionales o permanentes que

a diario emiten falsas noticias.


Recientemente Netflix está exhibiendo un reportaje “El dilema de las Redes Sociales” un reportaje en que participan expertos en comunicación social que explican la forman como procesan y venden información. Algunos exhiben sus experiencias en empresas como la de Zuckerman y Larry Page. Carteros sofisticados, sin responsabilidad por lo contenidos distribuidos.


¿Regularlas?


El tema no es fácil. Primero porque la libertad de opinión es un principio inherente a la libertad personal y la mayoría de las constituciones del mundo la consagran junto con la libertad de asociación. No hay cabida para la censura, a menos que se demuestre que un emisor, a través de una red de propiedad de terceros, está incitando a cometer actos que

contravienen la libertad de terceros como la violencia, incitación al odio, homofobia, actos que son debidamente penados por la ley.


Estos modernos “mensajeros” actúan como si alguien nos estuviera siguiendo las 24 horas del día, tomando nota que hacemos, que pensamos, que consumimos para venderla a los marketeros. De ahí que cada vez es más fuerte la corriente que propicia regular la actividad de esas empresas, exigiendo que los mensajes enviados por sus usuarios deban contener la identificación y dirección registrada en el medio del autor original, sin que sea susceptibles borrarla o alterarla en los millones de retransmisiones de que son objeto. Con ello habría individualización de los fakers.


Sin embargo, para que ello sea efectivo, la regulación debiera ser universal, esto es, legalizada en todos los 193 países miembros de la ONU de modo que la violación de la norma pueda ser objeto de una efectiva persecución penal en cualquier lugar del mundo.


El anonimato aceptado por los propietarios de redes es tan pernicioso como los rayados en muros y paredes que están ensuciando nuestras ciudades. Eso no es progreso ni civilización. ¿persistirá Whatsapp en su anunciado abuso a los usuarios?




Javier Fuenzalida A.

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