Salir adelante con todo

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Luis Riveros (columnista)


Poca duda cabe acerca del profundo impacto económico y social que nos ha traído la pandemia que padece el mundo. Las estimaciones del FMI pronostican una caída del PIB mundial de más de 6% en el 2020, y para Chile se anuncia una disminución de 5%. Todo esto, por medio de una devastadora contracción de la inversión y de un descenso significativo del consumo y del comercio exterior. También producto del extremo impacto negativo en la actividad del sector servicios, como asimismo en la manufactura y la construcción, todo ello causado por los efectos directos de la cuarentena y del contagio que caracteriza al COVID19. En línea con esto, y haciendo posible destacar que la incidencia de la actual recesión para Chile puede aún ser mayor, el IMACEC de Mayo muestra una reducción de 14%, siendo posible esperar una aún mayor disminución para el mes de Junio, posiblemente en torno al 20%. Esto significa, que el impacto en el PIB chileno del año 2020 puede ser bastante mayor que el estimado 5%, y ya hay muchas empresas y estudios que señalan que el PIB podría descender hasta 7%. Todo esto, marcado además por su manifestación en términos de desempleo, el cual ya está en torno al 15% de la fuerza laboral, y podría alcanzar niveles parecidos a los de la crisis de la década del ochenta. Consecuentemente, se ha agudizado también la caída de los ingresos y se observa un empeoramiento de indicadores sociales importantes como pobreza y distribución del ingreso. Esta crisis económica es, sin lugar a dudas, de una significancia enorme para todas las economías del mundo, y particularmente para la economía chilena dado su apertura económica y el decaimiento que la inversión ya venía experimentando desde fines del año 2019 como producto de los estallidos de protesta.

El rostro social de este giro dramático que ha experimentado la economía es francamente desolador. Ya se ha dicho: aumento del desempleo y caída de los ingresos del trabajo, que conducen a un empeoramiento de los indicadores sociales. Ciertamente, esto es un caldo de cultivo para nuevas protestas basadas en el profundo impacto social, aumentado por la imposibilidad de muchos trabajadores de poder siquiera salir para llevar a cabo su actividad. Y son éstos, precisamente, los más vulnerables y usualmente los que viven en peores condiciones, haciendo esperar que allí cunda la epidemia con mayor brutalidad. Las importantes brechas en condiciones de vida que existen entre distintos grupos de la población no son novedad; sin embargo como cuando ocurren terremotos, ahora se pone de relieve una realidad que muchos ignoran, pero que marca dramáticamente la vida en muchos sectores urbanos. El hacinamiento, las pésimas condiciones de vida y alimentación, la fragilidad de los ingresos y la penosa realidad de niños que ya ni siquiera pueden asistir a la escuela, marcan la vida diaria de inmensos grupos de población urbana. Y por cierto, esto acumula un sentimiento de desesperanza y de indefensión, cuando también los más pobres se dan cuenta de la situación de rezago en que se mantienen. Y siempre existirán los que utilicen este tipo de realidad para incentivar desorden violencia, caos y protesta sin propuesta. Frente a esta irresponsabilidad, es muy importante dar señales de esperanza verdadera a los más pobres, quienes subsisten en las actuales difíciles condiciones. Por eso, es invertir en paz social y en efectiva solidaridad el ir en ayuda de los más desposeídos. Es restarle fuerza al desencanto y a la explotación política del mismo, para indicar que este problema sanitario y económico es de todos, y todos debemos hacer un esfuerzo por compartir vías de solución por medio del apoyo económico a los más débiles. Por eso tiene sentido emplear los recursos que el Estado sí tiene, para que en el plazo de los próximos dos años se pueda sostener efectivamente al pobre que sufre y está desesperanzado. No hay que dejar fuera ninguna posibilidad, incluyendo bonos, cajas de alimentos, subsidios a los bienes que más consumen los pobres, extensión del pos natal, apoyo al sistema escolar y de salud que focalice en los más pobres. Más importante que todo eso, es dejar atrás la guerrilla política mediocre, la utilización de los pobres para hacer marketing electoral, el debate inconducente. Lo que el pueblo espera, es un plan nacional con amplio acuerdo político y social para asistir a los más pobres y minimizar el dolor que nos ha traído esta pandemia. Lo que Chile espera, es que un plan activo y solidario permita sentar las bases para un recuperación económica que hoy no está garantizada, y que necesita de estabilidad y credibilidad de los Poderes del Estado chileno.


Prof. Luis A. Riveros

europapress