Cada año, cuando se acerca la celebración del Día de la Niña y el Niño, las grandes tiendas y supermercados se llenan de juguetes, gadgets y ofertas para festejar. Pero en medio de esa avalancha de estímulos, vale la pena detenernos a pensar: ¿Qué recordarán los niños de su infancia cuando sean grandes? ¿El juguete de moda o las veces que sintieron verdadera conexión? Yo, por ejemplo, recuerdo con cariño a mi Barbie, sí, pero lo que permanece con más fuerza en mi memoria son los momentos compartidos con mi padre en la naturaleza. Esos eventos, cargados de emoción y sentido, son los que realmente dejan huella. Porque al final, quizás los niños recuerden un juguete puntual, pero lo que realmente marca sus vidas son los momentos transformadores. Y para que esos momentos se graben en su memoria para siempre, tienen que pasar por la emoción.
Precisamente ahora, es fundamental volver a esos obsequios que son invisibles pero, al mismo tiempo, esenciales. Regalos que no vienen con baterías ni manuales, pero que acompañan toda la vida. Hablo del desarrollo emocional, la curiosidad, la creatividad, el movimiento y la posibilidad de explorar y conocerse en un entorno de respeto, juego y vínculo con la naturaleza y otros. Porque si bien los juguetes pueden encantar por un rato, cultivar habilidades que fortalezcan la autoestima, la empatía, el cuerpo y la imaginación es algo que dura para siempre.
En Espacio KAOS, una iniciativa de Fundación Mustakis enfocada en la educación experiencial para la infancia, lo vemos día a día. Niños y niñas que llegan movidos por la curiosidad, y que a través del juego, el arte, el movimiento corporal y la interacción con sus pares, comienzan a experimentar algo cada vez más escaso: la conexión consigo mismos. Cuando propiciamos espacios que los invitan a observar, probar, sentir y crear sin juicios, los niños recuperan algo tan vital como el silencio interior, el asombro, el contacto con sus emociones y la libertad de explorar sin pantallas.
Hoy sabemos que el tiempo excesivo frente a dispositivos no sólo afecta la capacidad de concentración, el sueño o la postura física. También debilita la posibilidad de reconocerse, autorregular emociones y experimentar algo tan básico como aburrirse, entendiendo el aburrimiento como una puerta de entrada al juego, a la imaginación y al pensamiento propio.
En un tiempo donde el ruido digital muchas veces reemplaza al diálogo interno, donde los estímulos vienen de fuera y rara vez de adentro, aprovechar este Día del Niño para regalar momentos de pausa, de contacto con la naturaleza, de exploración y conexión emocional es una decisión profundamente amorosa y transformadora. Acompañar a los más pequeños a reconocerse más allá de su rendimiento académico o sus habilidades cognitivas, es darles una base sólida para enfrentar los desafíos de un mundo incierto.
No se trata de estar contra la tecnología, sino de compatibilizar ambas áreas y ofrecer a la infancia algo que hoy escasea: experiencias reales, sensoriales, humanas. Instancias que les enseñen a cuidarse, a habitar su cuerpo con confianza, a estar con otros desde la empatía y el respeto, a conocer lo que sienten y darle un nombre, a observar el entorno o el mundo que los rodea desde el asombro, a ser parte de una comunidad que los valida por quienes son, no solo por lo que hacen.
Pensémoslo así: quizás el mejor regalo que podemos hacer no cabe en una caja y los regalos más valiosos no son los que se acumulan en un rincón, son los que se siembran en el corazón, en el cuerpo, en la memoria. Son experiencias que invitan a los niños a crecer con conciencia, alegría y conexión. Y eso, en el mundo de hoy, es un verdadero acto de amor.
Magdalena Tapia,
Jefa de Programa KAOS Espacio Creativo de Fundación Mustakis