Comprando activos baratos: Trump y los aranceles

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Folclóricamente Trump dijo que los países se habían acercado para besarle el trasero, y luego dijo -ante criticas de senadores republicanos- que nadie sabe negociar como él. Ese estilo desenfadado es propio del presidente estadounidense. Para quienes han olvidado el pasado hay que recordar su participación en el programa El Aprendiz. En un marco antagónico, Trump se hizo famosa por su rescate a negocios que incluía la frase “estas despedido”. La estrategia, que repitió una y otra vez consistía en subvalorar al infinito los activos cuestionados, para comprar barato y vender caro. Aunque es evidente que esta descripción puede sonar a exageración, eran tiempos en que Trump frecuentaba ambientes sociales de los demócratas y conducía un programa televisivo entre la farándula, los ejercicios de auto ayuda, y los consejos económicos. 


Un buen ejemplo de su perspectiva es el tema de Ucrania. Determinó, como hacen muchos republicanos, que la defensa de Ucrania era una cuestión de los demócratas, ajena al interés nacional. Además de eso ha implicado un derroche de recursos, y en definitiva ha calificado el tema como un “mal negocio”. Pero ahí está en la paz que impone a Ucrania, la determinación de sacar provecho con un acuerdo sobre tierra raras que reembolsa una cantidad mucho mayor a la ayuda prestada por el gobierno de Biden. Y si no se tiene claro que esa es su voluntad, humilló de forma sistemática a Zelenski, para indicarla que tendría que ceder si o si, y aceptar condiciones que no implican una garantía de integridad territorial ante Rusia. La parte oculta del razonamiento, es su intención de coordinarse con Putin para poder hacer frente a China.


Hace mucho tiempo que Trump ha tomado el camino antiliberal, y una de sus dimensiones es la económica. Ha hecho de la acusación que la globalización es perjudicial para Estados Unidos, criticando ácidamente la deslocalización de la producción –acción favorecida por las mismas empresas que así sacaban la contaminación fuera de sus fronteras-, y la inversión en energías verdes, donde los chinos hagan tomado la delantera. Cierto es que la conversión de China en la factoría de Occidente significó dos cosas, un control a través de la participación accionaria de las filiales del Estado chino y la asimilación de tecnologías y patentes. Fue el caso de los paneles solares, que creados en Europa, fueron imitados y diversificados a un costo muy menor desde el país asiático. Sin elegancia alguna Trump acusó a los chinos desde su primera presidencia de beneficiarse de la copia, el espionaje electrónico y su penetración en las cadenas de valor (incluyendo acceso a puertos). Ahora, con más iniciativa, ataca la penetración china en el Canal de Panamá y advierte a los países que negocian con China. 


La guerra de aranceles tiene un significado político, al ser Estados Unidos todavía la primera economía del mundo, aunque seguida muy encima por Beijing. En esta ocasión Trump la aplica indistintamente a aliados y adversarios (partiendo por Canadá y México), generando un trastorno a la economía libre y su marcha hacia un arancel cero. Trump sigue la tendencia opuesta, como en Brasil o India por nombrar otros países, de favorecerse ante el comercio extranjero. La imposición de aranceles a 57 países, además de China y la Unión Europea, en el mejor de los casos de un 10%, incluso existiendo un Tratado de Libre Comercio, como en el caso chileno, que favorece el comercio con bienes producidos en Estados Unidos y sin componentes chinos desde otros países al acceder al mercado estadounidense. Tras el descalabro inicial, 75 países, ha dicho Trump, se han acercado a conversar, suspendiendo transitoriamente los gravámenes, mientras a los chinos que respondieron con aranceles de un 34%, pasó a gravarlos con 34% más 50% adicionales, y agregando un 20% por el tráfico de fentanilo desde China, totaliza nada menos que 125%. El resultado final es que la economía internacional bajo Trump se mueve en un escenario de fuerza, donde la asimetría cobra valor por sobre las instituciones multilaterales y la gobernanza a la que se había llegado, y que bien mirada afecta a Asia y la Unión Europea con mayor énfasis. Bajo la pausa que ha establecido la Casa Blanca, Chile como un país periférico y globalizado debe negociar técnicamente y sin comprometer escenarios de disputa ideológicas o personales, que aportan lo suyo en esta reescritura del orden liberal, que viene a complementar en lo geopolítico el reconocimiento de tres grandes poderes -Rusia, China y Estados Unidos-y sus áreas de influencia. Esto no un problema de modales, que Trump no los tiene, sino de geopolítica.


Cristian Garay Vera 

Instituto de Estudios Avanzados 

Universidad de Santiago de Chile

europapress