La situación que se está dando en el campo internacional es muy grave y se tiende a simplificar sus connotaciones. Muchos centran el problema en una cierta arbitrariedad de Rusia y su ánimo belicista contra Ucrania, mientras otros atribuyen a la nueva política de Trump como lo esencial del problema que se vive. Sin embargo, la situación actual responde a desarrollos que vienen desde hace mucho, y que se mezclan actualmente con las personalidades de los líderes de uno y otro lado. La cuestión es que el mundo se encuentra al borde de una tercera guerra mundial, y los esfuerzos debieran dirigirse a construir una paz estable, lo cual no se ve como un horizonte promisorio.
Cuando se disolvió la Unión Soviética, el Presidente George Bush firmó un protocolo con el Presidente Gorvachov estableciendo que la OTAN no se expandiría hacia el Este para así no lesionar los intereses de la nueva república rusa. Sin embargo, pocos años después la OTAN incorporó a Hungría, Polonia y la República Checa basada esta vez en una decisión del presidente Clinton dejando de lado el acuerdo anterior. Adicionalmente, el año 2004 la OTAN decidió continuar con una política de expansión a costa de intereses rusos e incorporó a Eslovaquia, Eslovenia, Bulgaria y Rumania, además de los estados Bálticos: Estonia, Letonia y Lituania. Esto llevó a una severa protesta rusa puesta de manifiesto por el nuevo presidente Vladimir Putin, sin ello tener ningún efecto disuasivo en la OTAN. Muy por el contrario, el año 2008 se decidió iniciar las tratativas para incorporar a la OTAN a Ucrania y Georgia, estados limítrofes con la República Rusa. Occidente no atendió nuevamente la protesta de Putin, y fue entonces que Rusia decidió declarar la guerra a Georgia, llevando virtualmente a la destrucción de este país. Ucrania, por su parte, eligió en 2010 a Yanulovic como Presidente, quien abogaba por mantener la neutralidad entre Rusia y la OTAN, pero fue derrocado el año 2014, se dice que merced una operación impulsada por los EEUU. Seguidamente, bajo el liderazgo de Biden y su Secretario de Estado Antony Blinken, EEUU anunció una política de expansión de instalaciones de misiles. Frente a esto, la reacción de Putin no se hizo esperar declarándole la guerra a Ucrania con todas las implicancias que el mundo ha conocido en la destrucción material y la pérdida de vidas humanas. El esfuerzo por la firma de un protocolo de neutralidad de Ucrania fue anulado por Zelensky, quien ha dependido de los recursos de EEUU y de Europa para sostener una guerra a todas luces desigual.
Por cierto la fuerte personalidad de Putin se encuentra impregnando los acontecimientos del último quinquenio. Aquí se encuentra lo que muchos consideran “el sueño de reconstruir la Rusia imperial” interrumpido por la revolución bolchevique y el régimen comunista de más de 50 años. Pero junto a esto ha existido la actitud más bien imprudente de los EEUU y la OTAN para cercar a Rusia y su acceso al mar Negro, llevando de por medio la amenaza de instalaciones de misiles, que replica curiosamente lo que la URSS hiciera en los años 60 en la Cuba de Castro como amenaza directa contra el “Imperio”. La cuestión es que todo esto, se ha ahora enardecido con la administración Trump poniendo al mundo al borde de la confrontación.
La irrupción de Trump en la presidencia de los EEUU ha marcado un paso distinto a la política internacional que EEUU ha sostenido desde los años noventa. Ha decidido no continuar provocando a la Rusia de Putin, y no le ha dado respaldo a Ucrania porque, según sostiene, ha llevado adelante una guerra insostenible y de alto costo humano y material. Al parecer, prefiere un acuerdo con Putin a seguir respaldando un esfuerzo bélico que no tiene un propósito claro. El extravagante acto llevado a cabo en el salón Oval, que selló aparentemente la política de EEUU hacia Zelensky y Ucrania, marca un giro hacia la separación de la OTAN y la búsqueda de un camino propio bajo el conocido lema Make America Great Again. La política del uso de aranceles para doblegar a sus potenciales contradictores, como es el caso de Canadá y México, también señalará una amenaza significativa para Europa, que hasta ahora no ha hecho sino buenas declaraciones en presencia, además, de los significativos problemas internos de países emblemáticos.
Queda bastante por ver en este turbio panorama. Ni los Chinos, ni los países asiáticos en general, han hecho ver sus puntos de vista sobre situaciones que aún ven lejanas a sus intereses. Pero no cabe duda que están pensando en la recomposición a largo plazo de las naciones y de las implicancias de eso en materia económica y comercial. Desde Latinoamérica, las declaraciones son aún más bien emocionales y no consideran los posibles resultados concretos en lo económico y político. Sin duda estamos cerca de una tercera guerra mundial, que no estará sólo circunscrita al norte sino que abarcará mucho más en un mundo más integrado pero, por lo mismo, más incierto.
Prof. Luis A. Riveros
Universidad Central