La hora de las decisiones existenciales

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Hector Casanueva

En la Cumbre COP 26 se suceden los discursos con buenas intenciones de los líderes mundiales, junto con los llamados urgentes a la acción concreta de la comunidad científica y académica, las ONGs y la opinión pública mundial, especialmente los jóvenes. Los resultados, sin embargo, limitados, insuficientes, van en una línea divergente de intenciones y llamados.

Tal vez el resumen de todo se aprecie en la intervención del Secretario General de la ONU, que de manera clara y firme ha hecho patente lo que muchos parecen no querer ver: la humanidad está en riesgo existencial.

Ya lo había señalado antes en la 76 Asamblea General al presentar su informe “Nuestra Agenda Común”, elaborado durante un año con los Estados Miembros, intelectuales, jóvenes, empresarios y sociedad civil, con sondeos en 70 países y una encuesta electrónica respondida por un millón y medio de personas: “Debido a los continuos avances tecnológicos, la aceleración del cambio climático y el aumento de las zoonosis, es probable que el riesgo de catástrofe global o incluso de extinción sea extremo”

La aceleración del cambio científico y tecnológico parece estar más allá de los medios convencionales de evaluación ética. Las protestas en todo el mundo muestran una creciente intolerancia social a las malas decisiones de las élites del poder. Las decisiones que llevaron a la crisis financiera de 2008 no parecen haber sido abordadas lo suficientemente del punto de vista ético y político, como para prevenir futuras crisis. Los compromisos con los ODS y con los acuerdos de París no son suficientes. Lo mismo con respecto a la pandemia COVID19 en su falta de atención a las advertencias de los científicos y expertos, y también en el manejo poco equitativo de las vacunas.

El largo plazo, la visión estratégica, las consecuencias futuras de acciones del presente, han desaparecido con la pandemia, lo que es en sí una paradoja, ya que esta no es la primera ni será la última crisis sanitaria global. Todo ello remite a la responsabilidad política de los gobiernos, los parlamentos y de la sociedad civil, a escala local y global, para generar una adecuada gestión del presente y del futuro.

En Chile hay en marcha dos procesos claves para dar un giro a estas situaciones: las elecciones presidenciales y parlamentarias, y la redacción de una nueva Constitución Política. En primer lugar, debemos contribuir desde los distintos sectores de la sociedad a separar el trigo de la paja, influir con ideas e iniciativas para que estos procesos conduzcan a decisiones compatibles con un desarrollo político, social, económico y ambientalmente sustentable. Y para crear las bases normativas de una nueva forma de gestión del Estado, que oriente las políticas públicas mediante el análisis prospectivo, la anticipación y la prevención, y planificación por escenarios. Necesitamos contar en el Estado con una capacidad institucional para monitorear y tomar decisiones con respecto a las amenazas y riesgos existenciales locales y globales, en la línea de las advertencias y propuestas del Secretario General de la ONU, que ha sido respaldado por numerosas universidades y grupos de estudios internacionales, como el Millennium Project, la World Futures Studies Society y la Red Iberoamericana de Prospectiva. 


Héctor Casanueva

 Ex Embajador, Profesor-Investigador del IELAT, Universidad de Alcalá, España. Profesor invitado de la Universidad Miguel de Cervantes, Chile y de la Universidad de Estudios Políticos de Rumanía. Vicepresidente del Consejo Chileno de Prospectiva y Estrategia.

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