Siempre he recibido críticas cuando comento el efecto inhibidor que tienen los tributos en la actividad empresarial, alegando mis detractores que las grandes empresas levantan la voz cada vez que el Estado mete su mano en sus bolsillos. Así fueron los comentarios que recibió mi columna de la semana pasada en algunas redes sociales que accedieron algunas personas legas en materias económicas y tributarias. Mi anterior comentario sobre cómo afectaría a la producción de las empresas mineras el proyecto de ley sobre royalty que se está gestando en el Congreso, causó muchos comentarios alegando la mezquindad y malas intenciones de los empresarios mineros extranjeros al “amenazar” con terminar sus proyectos y a emigrar sus capitales hacia otros países con carga tributaria más reducida que la nuestra.
Lo que no reconocen mis detractores es que esa actitud de los empresarios es algo intrínseco a la naturaleza humana y que Adam Smith señaló en su obra clásica, destacando lo sensible que son los capitales a estímulos positivos y negativos provenientes de los tributos que establecen los países.
Esta palmaria realidad se ve en diversos rubros empresariales como el farmacéutico, el cual ha manifestado sus resquemores hacia la política que la Secretaria del Tesoro de Estados Unidos impulsó hace unos meses, respecto a establecer un impuesto mínimo global que fijara un piso para la carga tributaria de todos los países, para evitar que surjan economías más atractivas que otras que atraigan a las casas matrices de grupos empresariales trasnacionales.
Esta propuesta fue acogida por 130 países que ya manifestaron su voluntad de materializar tal propuesta evidenciando la buena recepción internacional de tal iniciativa.
En todo caso, la idea de homogeneizar las tasas impositivas tenía por objetivo limitar el movimiento de empresas tecnológicas que han sido las más rentables en los últimos años y las que más han aprovechado las ofertas de tasas rebajadas y hasta inexistentes que hacen algunos países. Pero lo lamentable es que afectaría también a industrias que no resulta conveniente molestar en estos momentos. En efecto, dado el nuevo escenario tributario mundial, los grandes e internacionales laboratorios han realizado una importante estrategia para influir en la fijación de esas políticas en el Congreso de Estados Unidos y en Europa, para que no afecte las estrategias fiscales que han venido realizando desde hace muchos años, a través de las cuales han alojado en paraísos tributarios o en países con rebajas importantes de impuestos, la propiedad intelectual de sus hallazgos en materia de medicamentos y, especialmente ahora, en vacunas.
Además de lo anterior, estas compañías siempre han sido beneficiadas políticas de incentivo a la investigación y desarrollo que les han permitido contar con recursos adicionales para lograr avances en la medicina, como ha sido en este último año, con la creación de vacunas contra el Covid-19, cuyo producto nos ha beneficiado a todos los ya inoculados.
Así también, altos personeros de la industria farmacéutica han levantado su voz alegando que ellos han sido los líderes en el mundo al responder a la pandemia y que ahora esta política podría costar cientos de millones de dólares de mayor costo que redundarían en una menor eficiencia en futuros combates contra algunas enfermedades.
También han alegado que esta política tributaria global aparece en un mal momento, pues hace varios años que estas empresas vienen luchando contra la regulación de los precios de sus productos, motivo por el cual, incrementar sus gastos con una mayor carga tributaria, les resulta poco atractivo y hasta contraproducente para seguir invirtiendo en la investigación de nuevas curas.
Se ha indicado que son especialmente vulnerables a estos cambios tributarios pues, al igual que las empresas de tecnologías, son compañías globales que comercializan en todo el mundo y, por ello, cualquier política transnacional les afecta directamente.
Según un estudio realizado por académicos de la Universidad de Nueva York, las empresas farmacéuticas tienen una tasa de impuestos efectiva, determinada como el porcentaje del monto pagado por impuestos a la renta por sobre los ingresos netos generados en un periodo, distintos y que varían entre un 5 y un 12 por ciento, monto por debajo del 15% que se habría convenido como tasa mínima global de tributación de las ganancias.
Sin perjuicio que estas compañías están de acuerdo en participar de una conversación sobre la carga tributaria que les podría afectar, solicitan que tengan una estructura que no perjudique su investigación y desarrollo y que sea simple en su aplicación, permitiendo una certeza que les facilite sus cálculos de rentabilidad y así poder proyectar sus futuros avances en la medicina.
Como podemos apreciar, los tributos, pese a son la herramienta para proveer al Estado de los recursos necesarios para lograr sus fines sociales, son una rémora importante a la iniciativa empresarial que, querámoslo o no, tienen un directo impacto en toda la población, afectando a la salud de todos nosotros y en otros aspectos de nuestro entorno, y no tan solo en la ganancia que reciben los empresarios.
Prof. Germán R.Pinto Perry
Director Magíster en Planificación y Gestión Tributaria
Centro de Investigación y Estudios Tributarios – NRC
Universidad de Santiago