La llegada a Washington de líderes tecnológicos y representantes del movimiento MAGA durante el segundo mandato del presidente Trump promete un choque de culturas sin precedentes. Por un lado, tenemos a los magnates tecnológicos de Silicon Valley, como Elon Musk y David Sacks, quienes han sido designados para puestos clave en la administración. Estos líderes tecnológicos buscan impulsar la innovación y reducir las regulaciones en áreas como la inteligencia artificial y las criptomonedas.
Por otro lado, el movimiento MAGA, liderado por figuras como Stephen Miller, se caracteriza por su postura anticomercio, antiinmigración y antirregulación. Esta facción cuenta con el apoyo de una base enérgica que respalda las políticas de Trump, centradas en el proteccionismo y la reducción de la inmigración.
Durante años, Washington fue un lugar que los líderes tecnológicos preferían evitar, a menos que el Congreso los convocara para reprenderlos. Ahora la tecnología ve al gobierno como algo sobre lo que puede influir y disrupcionar. Es la primera vez que la tecnología llega a Washington, y lo hace con proyectos revolucionarios como reducir el gasto del Estado en un 30%, legislar para impulsar en vez de limitar la IA, impulsar las criptomonedas, cambiar la gestión de personal del servicio público, cambiar la salud, etc. Son proyectos disruptivos y críticos.
Sin una reducción considerable de los gastos del Estado no se puede reducir el déficit fiscal que lleva años teniendo Estados Unidos, ni se puede cumplir la promesa de menores impuestos. Parte importante de esa reducción está en la reducción del personal contratado por el Estado. Otra parte no menor es el gasto en salud, siendo el país que destina un mayor porcentaje de su PIB a esta materia (13,9%), y donde la IA será un aporte esencial. Obviamente todos estos proyectos van a afectar intereses creados y “levantar roncha”. Pero el mundo está expectante porque si resulta, aquí hay una forma de conseguir mayor financiamiento para el Estado sin aumentar impuestos – incluso, reduciéndolos.
Si bien tanto los “techies” como los MAGA son baluartes del “América Primero”, la forma en que lo entienden es distinta. Mientras que los MAGA esperan restaurar una visión del pasado (la América Industrial), la tecnología mira hacia adelante. Quiere acelerar el progreso y alterar la sociedad, dejando en el polvo el mundo que MAGA anhela cada vez más.
El mundo MAGA teme que los inmigrantes ocupen puestos de trabajo que deberían ser para estadounidenses; el mundo tecnológico quiere el mejor talento sin importar la nacionalidad. La tecnología tiene una inclinación libertaria que sospecha del gobierno; MAGA detesta el poder corporativo. Ambos grupos ven a China como un rival (aparte de Musk, para quien es un lugar para fabricar y vender automóviles). Pero mientras MAGA piensa que los extranjeros usan el comercio para engañar a Estados Unidos, la tecnología se ha beneficiado de los flujos de talento, capital y costumbres. Incluso si la tecnología está a salvo de una primera ronda de aranceles sobre bienes, una guerra comercial total podría atrapar los servicios que brinda. Estas contradicciones y enfrentamientos dificultarán que el equipo técnico alcance sus objetivos.
De lo que nadie duda es que el resultado de este choque de culturas afectará profundamente la economía de Estados Unidos y sus mercados financieros durante los próximos cuatro años. La forma en que se resuelvan estas tensiones y quién tome la delantera determinará el rumbo del país en términos de innovación, regulación y políticas económicas.
Los Techies pueden cometer un error: considerar que la reducción del Estado es un problema de ingeniería. La historia de buenas reformas que murieron en el Congreso sugiere que se trata más bien de un problema político, y uno en el que la tecnología tiene poca experiencia.
Sin embargo, ese escenario no está predeterminado. En lugar de luchar entre sí hasta el punto de anularse, las facciones del equipo de Trump podrían moderarse entre sí en algunos aspectos y reforzarse mutuamente en otros, con resultados buenos para Estados Unidos. Por ejemplo, los líderes tecnológicos podrían moderar los peores instintos de MAGA en materia de proteccionismo e inmigración, mientras que las inteligentes ideas de reforma de la tecnología podrían implementarse de una manera que sea políticamente astuta. Mientras tanto, el acuerdo de todos sobre la necesidad de Estados Unidos de desregular e innovar podría darle al programa un impulso útil.
Una idea descabellada es que el mercado de valores podría ayudar a orientar a la administración hacia este compromiso. Trump es sensible a los precios de las acciones y no querrá poner en peligro el rugiente repunte que siguió a su reelección. Al proporcionar una medida en tiempo real de si los inversores creen que la Trumponomía ayudará a la economía, el mercado de valores podría influir en sus decisiones. De ser así, la administración podría tantear el camino hacia políticas que impulsen el crecimiento. La llegada de la tecnología a Washington es de alto riesgo, pero por lo mismo podría ser de altos beneficios.
¿A quién le prestará más oreja Donald Trump? Una cosa tengo clara: va a ser entretenido ver qué pasa y pretendo informarles desde esta columna.
Fuente: The Economist
Alfredo Barriga
Profesor UDP