​La importancia de los límites

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Mauricio Maturana

El pasado 5 de abril, nuestro país se conmocionó con el cobarde asesinato del Cabo Primero Daniel Palma. Este lamentable hecho, que abulta aún más la lista de mártires de la institución, ha recibido el repudio de una sociedad entera ya cansada de los nefastos efectos que ha traído una delincuencia desatada. Chile debe ser uno de los pocos, sino el único país en el mundo, donde la policía se encuentran tan poco apoyada en el uso de la fuerza en su rol de garantes del orden público. La sensación de que los delincuentes tienen todas las de ganar y que incluso, cuentan con una Defensoría Penal Pública financiada con el impuesto de todos los chilenos, choca fuertemente con la situación que viven las víctimas. Es una cuestión que ya no da para más. Pero ¿cómo hemos llegado a esta situación de locura social? ¿Cómo hemos llegado a este sentir de vivir en un país al revés? 


Evidentemente las causas son muchas, pero hay una que, en mi modesta opinión, ha sido gran causante de este estado de locura: el excesivo y manoseado uso de un sector de la clase política de los denominado derechos humanos. Para un sector político del país, los derechos humanos se han transformado en un mecanismo, en una herramienta para lograr, a como sea, la imposición de una determinada forma de pensar y de ver la sociedad. No se vaya a pensar que no estoy de acuerdo con los derechos humanos. Todo lo contrario. Ellos han sido muy importantes para la convivencia de la humanidad. Lo que no me parece es que un sector de la sociedad se arrogue la autoridad moral para sacarlos a colación cada vez que se sienten afectado en el logro de sus intereses políticos. Porque cuando ello ocurre la verdad de las cosas es que se desnaturaliza dicha institución jurídica. 


Todos sabemos que el vivir en sociedad tiene un costo. La libertad de cada uno termina o debe terminar, al menos, donde comienza la del otro. Esto es la base del convivir en una sociedad de manera civilizada y respetuosa. Tener una visión tan individualista de los derechos humanos lo que hace en definitiva es que se pierda su más profundo contenido social y comunitario y es por eso por lo que, hoy en día y para algunos, todo lo que pueda entorpecer SU forma de vivir, SU manera de manifestarse, de ver las cosas etc. viola o vulnera SUS derechos humanos. Esto es en gran medida la causa de muchos males y distorsiones que se han producido en nuestra sociedad. 


Unos ejemplos pueden clarificar la idea. Tomemos el caso de las manifestaciones. No cabe duda de que el derecho a manifestarse debe ser respetado y protegido. Pero cuando las manifestaciones se desperfilan absolutamente de su real y más legítimo sentido y se pasa al vandalismo, saqueo y destrucción, en definitiva, la policía, Carabineros en este caso, en representación del Estado y como garantes del orden público, evidentemente debe actuar para reestablecer esa Paz social. Y si un funcionario se excede en el uso de sus facultades, existirá el procedimiento adecuado y necesario para establecer su eventual responsabilidad y aplicar la sanción que corresponda. Pero lo que no puede ocurrir es que esa intervención del orden público ante el desenfreno sea vetada por algunos por el solo hecho de sentirse vulnerado en SU derecho humano a manifestarse. Hagamos un símil: los padres tienen el derecho y el deber de educar a sus hijos.  En ese sentido, no se es mejor papás por dejar que el pequeño haga y diga lo que quiera. Todo lo contrario, los buenos padres son aquellos que junto con dar amor, afecto y cariño son capaces de marcar los límites, imponer orden y enseñar el respeto hacia los demás. Con la Autoridad y la convivencia social pasa exactamente lo mismo. No se es mejor Autoridad por dejar que cada individuo haga y se comporte en sociedad de la manera que se le plazca. Esa autoridad debe hacer respetar y velar por los límites necesarios para una sana y armoniosa convivencia social. 


El caso de la inmigración ilegal, otro ejemplo de cómo se ha deformado el uso de los derechos humanos. Hoy en día se encuentra desatada en Chile donde cada uno entra como Pedro por su casa. Esta situación se debe, entre otras causas, por cierto, por la deformación de entender el derecho humano a migrar que un sector de la clase política a pontificado al respecto. Sería bueno preguntarles a aquellos si acaso dejan entrar a sus casas a cualquier persona que transita por la calle. Lo razonable indica que esa persona, como dueño(a) de casa, querrá al menos saber quién es esa persona extraña que quiere ingresa a su hogar. Le preguntará su nombre, la razón del por qué quiere ingresar y si entra, lo hará por la “puerta de entrada”, no por una ventana y si ese “invitado” se mal comporta, evidentemente el dueño de casa le pedirá que se retire. Con la inmigración ilegal pasa exactamente lo mismo. El derecho humano a migrar existe, qué duda cabe. Sin embargo, la propia Convención Americana sobre Derechos Humanos señala los límites de estos: "Los derechos de cada persona están limitados por los derechos de los demás, por la seguridad de todos y por las justas exigencias del bien común, en una sociedad democrática". De esta manera, la clase política toda es necesario que vuelva a la ponderación y sensatez y escuchen el clamor de la sociedad chilena por algo que es tan propio y necesario para una buena y sana convivencia social: los límites.



Mauricio Maturana C.

Abogado

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