Economía Pandémica

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Javier Fuenzalida A3SEMANA.web (1)

La pandemia que estamos viviendo nos ha generado una profunda depresión económica. La peor desde los 80 que experimentó una caída del PIB del 14 %, desocupación que se aproximó al 20 %, quiebras generalizadas, incluyendo el propio estado y en particular el sistema financiero, crisis cambiaria y del comercio exterior.


No teníamos una receta a manos para salir adelante. La desocupación se contuvo en parte con programas públicos como fue el PEM (programa de empleo mínimo) creado durante la crisis del petróleo en 1975 /76 y el POJH (programa de ocupación para jefes de hogar) de 1983, experiencia que hoy no se puede repetir por cuanto debemos observar cuarentenas, distancia social de 1 a 3 metros, mascarillas, encierro a los mayores y estudiantes.


La inflación endémica que vivía Chile - 20 a 30 % anual - hoy se consideraría casi suicida. Llevamos casi más de 30 años con una de 2 a 4 % anual gracias a Banco Central independiente establecido en la constitución de 1980. Ya no se imprime dinero para financiar el apetito fiscal, a lo que se suma la ley del presupuesto estructural facilitando el equilibrio macroeconómico.


En medio de la crítica situación actual, los diversos indicadores disponibles muestran la efectividad de la política económica. El tipo de cambio es libre y se ajusta automáticamente de acuerdo con el flujo de entradas y salida de divisas creado por el intercambio económico y financiero y se ha mantenido en torno a los $ 790 pesos, las tasas de interés están alineadas con el mercado internacional. La caída del PIB y de la ocupación son resultados de la pandemia que no había como evitarla.


El boom de commodities de comienzos del siglo permitió crear una reserva, un fondo para la estabilización económica y social y para las pensiones que hoy suman del orden de US $ 23.000 millones lo que hará posible financiar los diversos programas asistenciales actuales creados para paliar los efectos del coronavirus sin que tengamos que recurrir al endeudamiento externo o crear nuevos tributos. A lo anterior se suma la nueva ley de protección del empleo. Las cuarentenas, si bien no tiene un impacto inmediato entre los jóvenes, determinará una deficiencia educacional cuyos efectos se verán en su real magnitud cuando entren a la fuerza laboral. Algo hoy inevitable.


Con todo, el mercado financiero ha permanecido estable. Ya no existe la temible ley de quiebra de los 80, en que la falencia era considerada un delito. Hoy, la nueva leyde insolvencia y de reestructuración patrimonial posibilita un acuerdo entre deudores y acreedores preservando la ocupación y los activos productivos, evitando el entierro de las empresas y la venta de sus bienes a vil precio como ocurrió en los 80.


Las estadísticas de la Comisión del Mercado Financiero indican que los índices comparativos del sistema bancario entre junio de 2019 y Junio pasado (aún no se han publicado datos más recientes) referentes a la cartera deteriorara, vencida, morosidad, y las correspondiente provisiones que los bancos deben constituir. No ha habido diferencias notorias, entre otras razones, gracias a programas de asistencia como Fogape y la ley de suspensión temporal de trabajadores evitándose un colapso mayor. La bolsa muestra otro tanto. El IPSA experimenta altas y bajas diarias poco significativas, sin una tendencia definida. El Banco Central ha tomado las decisiones correctas para permitir que la economía no se precipite a una debacle mayor.


Mientras se discutía el retiro hasta del 10 % de los saldos de las cuentas individuales en las AFP, se temía, al margen de la inconveniencia de largo plazo cuando las personas tengan que pensionarse, un efecto negativo en el mercado financiero por la venta masiva de activos financieros que deberían realizar los fondos de pensiones. El Banco Central, dentro del margen de su política monetaria, decidió actuar como comprador de activos las AFP, complementando las ventas que estas realizarían en los mercados internacionales. Los fondos totales de las AFP suman del orden de US $ 210.000 millones. 7,3 millones de personas han retirado ya US $ 10.000 millones sin que haya caído del tipo de cambio (que se suponía debía ocurrir frente a un exceso de oferta de dólares), ni que las tasas de interés subirían (efecto de caída en los precios de bonos y activos de renta fija) y que el IPSA acusaría el golpe por la liquidación de acciones de sociedades abiertas. Nada de ello ocurrió. No fue un milagro sino decisiones financieras acertadas.


Tal vez los que se va a observar es que una parte de quienes retiraron su 10 % lo invertirán en otros instrumentos (fondos mutuos y de inversiones nacionales o en el exterior, depósitos a plazos y bonos), otros pagarán deudas (lo que se reflejará en una disminución del riesgo bancario) y algunos lo gastarán en consumo (plasmas y automóviles, ropas, comida, etc.).


No hay duda de que los equilibrios macroeconómicos debieran facilitar el retorno al crecimiento cuando la pandemia amaine. Los afiliados a las AFP han podido verificar que sus dineros estaban ahí, que el dólar no se desbocó, como tampoco el IPSA y otros indicadores. Pacientemente esperamos que no tengamos que bailar rock&roll al son de ¡ahí viene la plaga! a pesar de que aún no tenemos vacuna y que las medidas sanitarias no son del todo eficaces porque la población no las ha respetado (pecado cultural).



No sabemos hasta cuándo. Los modelos de informaciones sanitarias no permiten hacer pronósticos, porque no indican tendencias y la información oficial es fragmentaria y deficiente. Indujo a Lavín a abrir el Apumanque y en estos días el gobierno también está equivocado en poner término a las cuarentenas. Los infectados y muertos no son predecibles y la relajación puede terminar en una segunda ola como ha ocurrido en Europa. Si relacionamos las cifras de infectados diarios con los muertos 14 días después, descubrimos una correlación que no es baja, 0.67.


Javier Fuenzalida Asmussen


europapress