​La “Torre Social” de Lavín: Una vivencia personal

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Harald Ruckle

Los esfuerzos de “des-estratificar” (en algo) la ubicación de la vivienda, siendo un ejemplo mediático (sin ser el único ni el primero) la Torre de Lavín en las Condes, han encontrado comentarios críticos de los vecinos cercanos. Las reacciones frente a esta resistencia han sido bastante violentas, acusando a estos vecinos “sin corazón” de clasismo, egoísmo, arribismo y peores títulos.

Mi historia personal incluye vivir la experiencia de la “irrupción”, a metros de mi casa natal, de 10 bloques de viviendas sociales en una vecindad apacible, a pocos kilómetros del centro de Stuttgart. La Alemania post-guerra tenía el desafío de recibir y albergar millones de refugiados y “pugnados”, o expulsados, de los países europeos orientales. A pesar que eran supuestamente personas con algún origen alemán, muchos hablaban con dificultad o con acento el idioma local, todos llegaban sin pertenencias materiales y frecuentemente eran considerados “ciudadanos de segunda clase”.

Consciente del contexto histórico distinto con el Chile actual, espero que mis observaciones desde los años 60 hasta estos días puedan contribuir al debate actual. Cabe mencionar que la Alemania de entonces tenía un nivel de vida muy inferior al Chile de hoy, para eliminar el argumento de que como país rico era fácil asimilar personas de orígenes diversos.

Para empezar, mis padres y sus vecinos “originales” no estaban muy encantados con la llegada de los “asociales”, término ciertamente muy feo para describir gente pobre. Su gran preocupación era que sus hijos se mezclaran con los hijos de los recién llegados, con situaciones familiares asumidas como complejas (alcoholismo, violencia intrafamiliar, ausencia paternal, criminalidad). Personalmente, yo como niño pequeño, sentí más bien una curiosidad hacia la gente y sus costumbres “distintas”, y dado que siempre nos encontramos en la calle, conocí y me hice amigo de mis nuevos pares, a pesar de la desconfianza inicial, un tipo de clasismo, de parte de ambos lados.

La gran ayuda para la integración fue sin duda el club de fútbol local. En la cancha no importaba cómo uno vivía, más importante era quién tocaba bien la pelota, corría y luchaba codo a codo para ganar un partido. Más tarde, ya como adolescente, dominaba el interés por las motos de 50cc, y quién sabía cómo hacerlas más rápidas; lo que tampoco guardaba relación con el “ranking social” de la generación anterior.

¿Qué pasó con estos niños de entonces, hoy de aproximadamente 60 años de edad? No conozco ningún “niño burgués” que haya estropeado su vida debido a la convivencia con “los otros”, así que el temor de mis padres aparentemente ha sido injustificado. El camino de los niños de los “bloques sociales” es más diverso, sin dejar de ser generalmente positivo.

Efectivamente, dado el sistema educacional alemán, mis amigos de la calle y del fútbol estaban fuertemente sub-representados en el colegio “Gymnasium”, el único tipo de colegio que llevaban a la universidad. Era gratuito para todos, pero el “capital familiar” demostraba pesar en el ámbito académico de un joven. Sin embargo, viéndolos ahora, muchos han tomado “el segundo camino educacional”, que permite a cualquier edad obtener, con un esfuerzo mayor, una calificación para acceder a la universidad. También hay muchos empresarios exitosos entre mis amigos de barrio. No quiero omitir un tributo a los amigos (afortunadamente pocos) a quienes las desventajas de cuna les ganaron, y terminaron en la cárcel o con una muerte temprana por abusos de sustancias.

Sin embargo, la inmensa mayoría son hoy ciudadanos de “primera”, contribuyentes valiosos a la economía y la sociedad. En cada una de mis visitas a Alemania nos juntamos, ya siendo amigos de por vida, a conversar, también de nuestros “orígenes”, sin complejos, y con cariño y humor. Hoy está clarísimo que “los dos” nos beneficiamos mutuamente en nuestro desarrollo personal. Los valores se trasmitieron en ambos sentidos. Los “nativos locales” aprendimos del esfuerzo mayor, la resiliencia y temprana madurez de nuestros nuevos amigos. Respetamos mucho su trabajo, usualmente manual e iniciado a una edad muy joven. También apreciamos nuestra ventaja “regalada” que representaban nuestros ambientes familiares “ordenados”. “Ellos” me dicen que ver nuestra vida “normal y más cómoda” les aportó la visión y motivación de lograr algo similar. Necesito subrayar que las palabras “nosotros y ellos” ya dejó de existir hace muchos años, en nuestra niñez, aquí se usa solo a propósito de la comunicación con el lector.

Personalmente estoy profundamente agradecido por esta vivencia y convencido que fue un factor determinante en mi trabajo como ejecutivo y “jefe”: las personas, todas y cada una de ellas, valen por sí mismas; y cada uno de los cargos, y trabajos bien hechos, se aprecian y se reconocen honestamente. La diversidad, una vez superados los temores, produce empatía, aprendizaje y felicidad.


Harald Ruckle

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