Esta crisis moral que vive la República amerita un diálogo que no está ocurriendo. Seremos así, la vergüenza para las futuras generaciones porque habremos perdido la oportunidad de construir la felicidad largamente adeudada a los chilenos.
La recuperación de la institución pasa no sólo por una renovación del mando, sino por una reingeniería en los aspectos formativos y éticos.
La reciente experiencia de inmigración descontrolada vivida por Chile pone en evidencia los serios riesgos que se corren cuando no existen políticas de Estado que efectivamente regulen este tema.
Aquí se envuelve un grave riesgo: la desilusión con proyectos políticos que vienen como “innovadores” pero que no hacen más que prolongar la situación vivida sólo con distinto maquillaje.
Cuando influyen más las amistades y las presiones familiares que la legítima opción de cada uno, se contribuye a las ya elevadas tasas de deserción del sistema de educación superior.
Seguramente terminaremos estableciendo una modelo “marraqueta” para homogenizar los costos y ajustarse así al impacto fiscal de la gratuidad. Será, de tal forma, un grave daño a la calidad y diversidad que precisa nuestra educación.
Hay que exigir a los políticos, especialmente a los Parlamentarios, que ejerzan su labor con altura de miras, para construir un encuentro nacional que, conservando las legítimas diferencias, pueda construir mayor tranquilidad al futuro nacional.
Si se justifica un asesinato porque la víctima “lo merecía”, se destruye la mínima aceptable forma de convivencia, para llegar a una sociedad en que el crimen político pasa a ser una forma de resolver las diferencias. Un Parlamentario no puede ser partícipe de esta transgresión a la convivencia republicana.
La esperanza es que los partidos recuperen su capacidad de conducción en torno a idearios sólidos y apegados a las prioridades de la ciudadanía.
- Corregir este sistema no será fácil, y las universidades con problemas financieros crecerán en desmedro de los mismos estudiantes a quienes comprometemos gratuidad para su formación.
El andamiaje del sistema educativo está diseñado para que las conductas cívicas no sean parte importante de la formación.
Ya no es un privilegio estudiar para ser profesor, sino que un castigo por no haber sido posible estudiar otra cosa; por eso ya no existe vocación; por eso se ha destruido el alma de la educación.
La desilusión lleva a construir liderazgos que reflejan el sentimiento de la gente, más que a patrones ideológicos definidos, factores usualmente descuidados por los liderazgos políticos tradicionales.
Debe empezar a primar la cordura y la necesidad de trabajar en colaboración e integración, que son los verbos que deben saber conjugarse en este siglo XXI.
En varios de nuestros colegios públicos se ha entronizado un conjunto de conductas que no responden al concepto de “inquietud generacional” o “natural disconformidad con la sociedad que habitamos”, sino más bien a un simple conjunto de prácticas delictuales.
Ese mismo Ministro es ahora puesto bajo el peso de una acusación por abandono de deberes, en una actitud que parece obedecer más a la lógica de la coyuntura política que a la preocupación cierta por un debido orden jurídico.
Es necesario que el gobierno fije con precisión la estrategia para avanzar en el marco de su programa de gobierno y que la oposición clarifique sus propios postulados y objetivos programáticos. Así se podría discutir sobre ideas, y no sólo sobre la base de un permanente “gallito” político.
No se ve salida posible y el sufrimiento del pueblo venezolano continuará sin una estimación de la verdadera profundidad que conlleva la presente crisis en el terreno humano.
No fue un político tradicional dominado sólo por discursos acerca de sus convicciones, sino que fue un hombre de acción y plenamente consecuente con su ideario humanista y cristiano.
No es justo que se revuelva la herida, que otros quieran interpretar la historia a la luz de sus convicciones, y que otros propongan marchar en la indiferencia.