María José Terré



María José Terré

Durante años trabajé en África, América Latina y en Nueva York liderando proyectos de acceso a agua potable. Allí aprendí que la acción salva vidas y que la claridad es una forma de respeto. Hace unos meses volví a Chile, y el regreso ha sido como observar un río que -justo antes de llegar al mar- se estanca: las conversaciones fluyen, pero rara vez desembocan en decisiones.


En Chile existen viñas que riegan sus parras gota a gota. Literal. Usan sensores, aplicaciones, drones. Analizan la humedad del suelo con más detalle que la humedad de una casa sin agua potable. Se hacen catas, tours, maridajes. Se protege la tierra como si fuera un santuario, y me parece bien, de verdad. Soy amante del vino y lo considero parte de nuestra identidad, pero no deja de impresionarme cómo, en este mismo país, el agua, ese recurso mínimo, vital, y urgente, sigue siendo invisible.


De los años que he vivido en África, compartiendo con distintas comunidades, siempre he visto cómo mujeres cargan sobre sus cabezas o sus hombros tambores con agua por distancias considerables. Desde siempre las mujeres han estado a cargo de las labores domésticas, y en ese contexto, se les transfiere la responsabilidad de obtener agua cuando este elemento vital no está disponible en el abrir y cerrar de un grifo.

La escasez de agua es un problema presente en todo el mundo y si bien Chile es un país que sufre una crisis hídrica debido al cambio climático, tenemos un índice de acceso al agua potable superior al nuestros países vecinos.